Es como si tanta
encuesta se hubiera tragado la abstención y ésta ha desaparecido del debate en
el período anterior a las elecciones autonómicas y locales del próximo 24 de
mayo. O igual son las expectativas dimanantes de lo que llaman ‘nueva
política’, basadas en la irrupción de emergentes formaciones y encaminadas a la
liquidación del bipartidismo, lo que estimulan la participación, alimentan la
incertidumbre y hacen cada vez más incierto el pronóstico. Es verdad que son
comicios en los que se contrasta la cercanía, lo más próximo, la
personalización, lo que más interesa a la ciudadanía, o sea, un factor de
motivación que resulta un valor añadido; pero ya es reveladora circunstancia
que se hable de casi todo menos de abstencionismo.
Lo cierto es que la preocupante
tendencia, natural o inducida, preponderante sin ir más lejos en las pasadas
elecciones europeas, se ha evaporado. Entonces, hasta en tertulias
periodísticas se hacían llamamientos a la participación una vez contrastados
los nocivos efectos de la indolencia y del rechazo a las urnas. Ahora, las
cábalas y las apreciaciones circulan incesantes a medida que se conocen
candidaturas y preferencias demoscópicas. Si esto significa que la política
vuelve a interesar, hay que congratularse. Ya se verá cuánto dura y si los
efectos se van a prolongar hasta conectar con otros procesos electorales de un
año en ese sentido memorable.
Algunos politólogos han manejado la
tesis de la crisis económica como causa desencadenante del desapego o de la
repulsión hacia la política que se exteriorizaban con la ausencia de los
colegios electorales o con la inhibición para castigar a la formación
gubernamental de turno. Pero otros analistas encuentran factores estructurales
que vienen de lejos y cambios en la cultura política de las nuevas generaciones
como razones de la caída de la participación en convocatorias electorales.
Si el pasotismo y la renuncia de
entonces alcanzaron niveles inquietantes, que ahora no se hable tanto de
abstencionismo empieza a resultar saludable. Que en algunos municipios entre
veinte y treinta mil habitantes haya hasta nueve candidaturas revela, en cierto
modo, una reactivación que se agradece. Es verdad que no se habla mucho de
programas ni de alternativas y que los soportes de precampaña siguen siendo más
o menos los mismos, con el añadido de las redes sociales como gran herramienta
aún por pulir. Es como si los partidos políticos -a la espera de resultados,
especialmente los referidos a participación- volvieran a sentirse legitimados.
Es su obligación, desde luego, producir los reclamos necesarios para superar
esa peligrosa indiferencia, esa escasamente productiva pasividad que luego, por
cierto, es interpretada de muy distinta manera: es difícil discernir, en
efecto, si los votantes que renuncian a ejercer ese derecho lo hacen por pura
convicción, lisa apatía, oposición al sistema y hasta por neutralidad política.
Los registros de abstención acarrean esas causas -y puede que alguna otra- y es
negativo que se retroalimenten.
En cualquier caso, sabiendo lo que ha
costado la democracia y aun admitiendo que algunas opciones políticas
intentarán sacar provecho del abstencionismo en tanto alejen a la ciudadanía de
la política, es cuestión de que se entienda bien que sin ella o fuera de ella
no hay soluciones racionales. De modo que no sobra decir que las urnas esperan.
Para elegir y para exigir. Para que siga circulando líquido vital por las venas
democráticas.
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