lunes, 20 de abril de 2015

LISTAS DIFÍCILES

Finalizó ayer el plazo de admisión de las candidaturas de los partidos políticos ante la Junta Electoral. Muchos dirigentes han coincidido en lo difícil que ha resultado encontrar componentes para confeccionarlas: la política ya no atrae como antes, como cuando aquellas convocatorias hasta bien entrados los noventa en que, hasta en algunas organizaciones, se registraban disputas y discordias que, además de reflejar los males de la envidia, de los castigos y de las ambiciones personales, ponían a prueba la capacidad de estrategia, paciencia y resistencia, que eso había que calibrar en el proceso de selección de candidatos. Después vinieron los afanes democratizadores, las fórmulas de primarias -aún no consolidadas por cierto- y los métodos para incentivar la participación y la incorporación de nuevos valores, mientras en otros lares resistían las determinaciones digitales fruto de la encrucijada de intereses que aún siguen inspirándolas.
            La nueva (?) política parecía que iba a generar expectativas que  estimularían la aparición de nuevos rostros y de personas que, desencantadas y defraudadas o motivadas por alguna necesidad personal que alimentaba la creencia de encontrar una fuente de ingresos estable, protagonizarían un cambio, si se quiere, el relevo en el sistema, necesitado de rejuvenecimiento y renovación. Solo los propios partidos, unos con su experiencia y otros con los afanes de su emergencia, serían capaces de pilotar la andadura. La colisión era inevitable, como se está demostrando. Ya se verá el alcance de los efectos. Y la convocatoria del próximo 24-M será un buen momento para contrastarlo.
            Pero lo cierto es que ha costado, y mucho, cerrar las candidaturas. Demasiadas negativas; dadas, incluso, después de haber prestado -nunca mejor dicho- la conformidad. La gente se lo ha pensado: puede que aquellos que no tuvieran nada que perder, hayan seguido adelante. Pero otros, o dijeron no desde el primer momento o midieron las consecuencias, principalmente si tenían que producir un salto profesional o salir del sector privado para adentrarse en la actividad pública con rumbo muy incierto. No estar convencidos del todo y ser mínimamente conscientes de que a la política se accede para coleccionar ingratitudes y de que ya se perdona poco o nada en lo que se ha podido fallar, ha frenado no pocas tentaciones y voluntades. La espiral de acontecimientos negativos que prosigue su curso ha contribuido también a ese ‘no’ que sentaba como un mazazo en los dirigentes y responsables de la confección de las candidaturas.

            La política ya no atrae como en las primeras elecciones autonómicas y locales. Y es preocupante, porque es necesaria. Nada de alternativas ni de avances sociales sin la política. El romanticismo de entonces, las ganas de construir y de más democracia, han pasado a mejor vida. Lo peor es que se desconocen los móviles ideológicos de ahora, salvo los del propósito de castigo y eliminación de quienes, genérica e injustamente enjuiciados,  representan un estilo y un modo de hacer. La desafección y la repulsión hacia la política se miden también por las dificultades para convencer a alguien de que vaya en las listas. Pero es que los apremios han sido de tal magnitud que ni siquiera se otorga el beneficio de la duda a quienes se han hecho merecedores de la continuidad por su buena gestión. Ahora es cuestión de esmerarse: sobre lo que hay, es menester decidir. Esperan las urnas.

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