El Real Unión de Tenerife
culminó la conmemoración de su centenario con la presentación del libro Real Unión de Tenerife, un siglo de vida a través de la prensa (Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife), original de
Enrique A. Perera García, doctor por la Universidad de La Laguna. Lo ha
prologado Francisco Tovar Santos que, aunque no lo parezca ni se sepa en gran
medida, ha sido editor, librero e impresor. Fue, entre otros cometidos, edil
del ayuntamiento capitalino y adjunto al Diputado del Común.
El volumen, que está a la altura de la efeméride, fue
presentado en la sede de la Federación Tinerfeña de Fútbol (FTF), donde se
respiró unionismo por todos lados, entre abrazos -e identificaciones- de
antiguos jugadores, directivos y aficionados. Claro que había licencia para la
nostalgia en aquel reencuentro granate, más allá de El Cabo, el barrio
primigenio con el que se identificó durante décadas al club capitalino.
Las distintas épocas
defendieron “los colores del Unión, [que] ni se compran ni se venden”, como
cantaban sus enardecidos seguidores dando vueltas en guagua a la plaza del
Charco, allá a principios de los 60. Allí estaban, acordándose de Luis Guiance,
de Umpiérrez, de Rodrigo Couto, de Álvaro Castañeda (el cronista puntual) o de
Ramón Mesa, algunos prohombres del histórico, siempre ligado al Fomento. En
efecto, se juntaron José Juan, Santi González, Juan Arocha, Javier Acevedo,
Hilario, Socas, Álvaro Figueroa, Diego Mendoza, Gonzalo, Quico, Gerásimo… y varios más (perdón por las
omisiones) que recordaban sus goles, sus paradas, sus títulos, sus fichajes ‘in
extremis’ y hasta su doble concurrencia en otros equipos, el Tenerife incluido.
Distintas etapas, distintas generaciones, distintas procedencias pero todos,
seguro que con un sentimiento muy arraigado: jugar en el Real Unión era una
suerte de súmmum que marcaba para
toda la vida. Por eso estaban allí, en el campo del centenario que cerraba sus
esplendorosas puertas con testimonios nostálgicos y con un libro con el que
seguir la evolución de cien años en los testimonios periodísticos bien
seleccionados por el profesor Perera quien tuvo tiempo de hurgar hasta
encontrar una insólita crónica de Domingo Pérez Hernández, Minik, firmada en 1925, después de un Iberia,1-Fomento,1. “Es que
presenciamos un encuentro de Carnaval”, escribe don Domingo que, ante el
aburrimiento que inspiraba el juego presenciado, plasmó un delicioso y
surrealista párrafo en aquel texto: “Y todos, pensando que lo mejor es que la
vida siga su curso y no contradecirla, han puesto sobre sus faces una
pintarrojada y grotesca careta que oculta su personalidad. Es inútil que te
disfraces, te conocemos, ya te conocemos”.
“¡Pobre don Domingo, vaya trago!”, enfatiza Paco Tovar en su
prólogo que sirve para introducir un “material de primera mano para el estudio
de la vida asociativa en la ciudad en la primera parte del siglo XX”. Y lo que
es más: datos, ideas y actitudes de la Europa modernista, así como la expansión
de un léxico específico que, con el paso del tiempo, ha adquirido rango universal.
Forma parte del idioma del fútbol. Cuando uno de sus actores
cumple cien años, aunque sea en un ámbito limitado, sin importar la categoría
presente, acentúa el respeto y las simpatías que, con sus altibajos, se ha
granjeado.
El histórico Real Unión de Tenerife ya puede presumir de
centenario. Con un dignísimo colofón.
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