“La desconfianza hacia los
medios, desafortunadamente, es muy alta”, ha dicho Erik Bjerager, editor
general y primer ejecutivo de un diario danés, Kristelik Dagblad, que empieza a ser conocido por su iniciativa de
la transparencia editorial con la ayuda de sus lectores. Se trata de encontrar
un modo de construir confianza con la comunidad en que se desenvuelve. Y cuando
trasciende que no se trata de una forma financiera sino editorial, el asunto
interesa más.
El editor Bjerager arranca de un hecho probado: en el
periodismo somos muy críticos con todas las instituciones de la sociedad pero
no tanto con nosotros mismos. Ello le lleva a preguntarse si estamos
sirviéndole al público y si cumplimos con sus expectativas. Un buen debate, sin
duda. Se trata de un problema global que precisa de aportaciones rigurosas y
criterios bien fundamentados como alternativa para superarlo.
El Kristelik Dagblad publicó
un informe anual de contenidos muy autocríticos y transparentes que insertó,
como suplemento, en un día de máxima difusión del periódico. Era una toma de
contacto apta para evaluar su propio producto y una manera de rendir cuentas
propias. Esto somos y esto hacemos: ahora opine usted, lector. La forma, con su
carga de valentía e innovación, servía para poner a prueba la transparencia
editorial. Era una auténtica incursión en un terreno en el que se partía sin
reglas ni predeterminaciones, a diferencia de los esquemas preestablecidos en
el ámbito económico-financiero.
Una periodista y escritora danesa, Sorine Gotfredsen, opinó
sobre esta iniciativa, distinguiendo entre lo mejor y lo peor de Kristelik Dagblad. Las respuestas son
ilustrativas: “Es un periódico que tiene el valor y el enfoque para elevarse
por encima de la tiranía que existe en los medios de comunicación, donde todas
las publicaciones intentan llegar primero a las mismas noticias”, respondió
sobre las cualidades del diario “que tiene su propia agenda y su propio debate.
Por eso le va tan bien”.
Gotfredsen no se corta cuando habla de
lo peor: “El
lado negativo de abordar ángulos éticos y existenciales es que le da un tono
quejumbrosos a algunas historias. En algunos artículos, desde luego, la gente
puede llorar. Pero a veces hay demasiado regodeo de la debilidad y fragilidad
humana antes de que el artículo termine alentando una sonrisa entre las
lágrimas. Echo de menos un enfoque más abierto e imprudente. ¡Enderecen la
espalda y sigan adelante!”.
Cuando el editor Bjerager revela los
fundamentos de esta promoción con la que aspira a favorecer la transparencia
editorial contando, desde luego, con sus lectores, explica que las encuestas
dirigidas a éstos se basan en nubes de palabras desglosadas, en orden
decreciente, para la forma de ver el periódico, por un lado; y las aplicables
para saber qué contenidos les gustaría ver más, por otro.
Pero no se queda ahí: opera con el
‘feedback’ (reacción o respuesta, controladas metódicamente en el sistema) y
publica resultados. Así, registra estadísticas de las interacciones del
periódico con sus lectores. El informe señala que recibió mil doscientas
ochenta cartas de lectores (publicó setecientas cuarenta y cinco); dos mil
seiscientos cinco comentarios largos, de los que aparecieron novecientos ochenta
y dos; y novecientos tres ensayos cortos, de los que trescientos dos vieron la luz en las páginas del
diario.
Alentar
las quejas mediante dotación de un sencillo acceso directo para los lectores y
reconocer errores completan este cuadro de medidas para recuperar credibilidad
y alentar la transparencia del propio medio y de sus profesionales. La
experiencia está resultando positiva y muy válida para el objetivo apuntado al
principio: construir confianza con la comunidad. En Canarias, donde esa crisis
de credibilidad se acentúa, deberíamos tenerla en cuenta.
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