viernes, 27 de octubre de 2017

IRONÍA PARADÓJICA

La política, en general, depara situaciones que son verdaderos contrasentidos. Y cuando se producen, según el momento, se puede hablar de oportunismo o de inoportunidad. Para que aumente el desconcierto. Es como si se hubieran puesto de acuerdo para salir del baúl de las ironías.

Acaba de ocurrir con Venezuela. En la mañana de ayer, el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, daba a conocer la concesión del Premio Sájarov A la libertad de conciencia a la oposición democrática de aquel país que atraviesa, por cierto, una situación delicada. La distinción se personifica en Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional, todavía no reemplazada, pese a que allí funciona otra Asamblea Nacional Constituyente (ANC), fruto del golpe de Estado que el régimen totalitario de Nicolás Maduro perpetró hace unos meses. Borges encarna la representación de todos los presos políticos o que padecen arresto domiciliario, como Leopoldo López, Antonio Ledezma, Yon Goicoechea, Lorent Saleh, Daniel Ceballos, Andrés González y Alfredo Ramos.
La decisión de la Eurocámara viene a coincidir con el resquebrajamiento de la oposición venezolana, aglutinada (es un decir) en torno a la Mesa de Unidad Democrática (MUD). Al final, cuatro de los cinco gobernadores electos en los pasados comicios regionales decidieron, en una prueba del desbarajuste y de la carencia de criterios políticos rigurosos y consecuentes, asumir sus cargos en la sede de la ANC. No les importó el clamor de gigantesco fraude que envolvió esas elecciones. Maduro y los prebostes del régimen debían estar frotándose las manos, pues habían logrado dividir a los partidos de oposición, encerrados desde hace algún tiempo en luchas intestinas que impiden vislumbrar un mínimo horizonte para intentar reagruparse en torno a un proyecto político común. Ahora, con el premio puede que sonrían un poco más.
Y coincide también con la reunión en Canadá del denominado Grupo de Lima, compuesto por los cancilleres de doce países que analizan la crisis venezolana y proponen nuevas sanciones contra su régimen político.

O sea, oposición en discordia galopante y organismos o foros internacionales concediendo premios y concretando medidas para fortalecer el apoyo al pueblo venezolano. Resulta una ironía paradójica. Sobre todo cuando ese pueblo se sigue manifestando pacientemente porque no hay medicinas ni una asistencia hospitalaria en condiciones; porque el sueldo mensual no alcanza para los gastos básicos; porque comprar una pieza de pan es una hazaña; porque son mínimas tres horas de paciencia para llenar el tanque de gasolina; porque varias ciudades, entre ellas Caracas, se quedan a oscuras como consecuencia de los cortes de suministro eléctrico… y porque esa revolución, sencillamente, ha fracasado.

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