jueves, 12 de julio de 2018

MILAGRO EN TAILANDIA

Se han salvado los niños que habían quedado atrapados en una cueva de Tailandia. Dadas las circunstancias que íbamos conociendo a diario, parece un milagro. Ha sido un dispositivo de rescate bien desarrollado, eficaz y de inmejorables resultados, pese al fallecimiento de un buzo que intervenía en la operación, amenazada por la inminente aparición de las lluvias monzónicas que, sin duda, hubieran complicado la situación.

Iban contra todo: el infortunio, los obstáculos del subsuelo, la carencia de oxígeno, la oscuridad, la presión psicológica, la incertidumbre anímica... y se supone que otras muchas adversidades. A pesar de todo ello, salieron. A ver cuánto tardan en hacer la película de esta realidad que ha sido la salvación de estos adolescentes tailandeses integrantes de un equipo de fútbol. El mundo contuvo el aliento unas cuantas fechas, a la espera de un final feliz, reflejado ayer en imágenes de un centro hospitalario donde han quedado internados a la espera de la recuperación tras las pruebas médicas correspondientes.

Ha sido una operación exitosa, sustentada también por una probada solidaridad. Las autoridades de aquel país han dado un ejemplo. Los efectivos y especialistas que intervinieron han acreditado su pericia. Pero la idea de un auténtico milagro, de un resultado extraordinario, no puede borrarla nadie.

Cuando tantas tragedias se acumulan, cuando tantos niños o menores inocentes son los grandes perdedores, cuando tantos pierden la vida víctimas de guerras, conflictos, comportamientos impropios, diásporas plenas de riesgo o decisiones políticas disparatadas, la excelente noticia de la salvación en la cueva tailandesa es, necesariamente, satisfactoria.

No hubo resignación, nadie se rindió. Y eso es también digno de destacar. Una reacción apropiada y una diligente respuesta, pese a los imponderables y los elementos concurrentes. De vez en cuando, la actuación coordinada, la prontitud, la pericia y la profesionalidad producen resultados que proporcionan alegrías inmensas.
Tanto, que si se habla de milagro, no parece exagerado.

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