miércoles, 18 de julio de 2018

NICARAGUA SE DESANGRA


En Nicaragua se vive una guerra civil. Más de trescientos muertos hay que contabilizar ya desde que se inició la crisis. El conflicto, con involucración activa de los estudiantes y con la Iglesia católica apelando a diálogo y soluciones pacíficas,  pone en evidencia una fractura social que será difícil soldar. El presidente Daniel Ortega no ha sabido gestionar la crisis y, lejos de flexibilizar y negociar, se ha enrocado hasta el punto de recurrir a los siniestros y mortíferos escuadrones de la muerte (bandas paramilitares que, como en otros países, actúan contra el pueblo impunemente), para alimentar la inestabilidad, el encono y el clima de terror. Las manifestaciones protestas sociales ni los más de trescientos muertos han arrugado a un presidente que ve cómo el rechazo de la opinión pública internacional crece minuto a minuto.
Daniel Ortega, como cabeza visible de un régimen totalitario, debería ser consciente de lo que es vivir un trance como el del pueblo nicaragüense. Los organismos internacionales que velan por el cumplimiento de los derechos humanos están siguiendo atentamente la evolución de este derramamiento de sangre: Ortega, aunque no quiera, es responsable, sobre todo si tales organismos adoptan medidas que no solo signifiquen la apertura de procedimientos judiciales sino la suspensión del país como miembro de pleno derecho.
Es evidente que se acentuaría el aislamiento. Y todas las simpatías que, en su momento, pudieran haber despertado su proceso revolucionario y su legítimo triunfo en las urnas, trocarían en repulsa extendida. Daniel Ortega sigue el rumbo de otros gobernantes latinoamericanos que han querido desafiar a la historia pero no han sabido conducir a sus pueblos por sendas adecuadas. En su fracaso llevan la penitencia.
Y ahora Nicaragua se desangra. Qué dolor, qué lástima.

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