Montajista. Nos llamó la atención el término hace unos meses, cuando lo empleó alguien en plena euforia de los supuestos escándalos que pululan por algunas cadenas televisivas, en esos programas que asocian a la basura para distinguirlos.
Nada o casi nada de sus contenidos es casual. Se necesita a alguien, o a más de uno, para gestar la situación y darle luego rango de información o noticia.
No está el vocablo en el diccionario, salvo que lo hayan incorporado en alguna de esas recientes revisiones y no nos hayamos enterado todavía. Por lo tanto, el neologismo -si es que así puede ser considerado- tiene tintes de un derivado: de montaje.
Así que montajista debe ser el que, en un contexto de comunicación, se presta a hacer cualquier papel en la fabricación de una supuesta información o de una pieza, como decían en televisión. Puede ser, por ejemplo, el conductor o la sirvienta de algún personaje público que, habiendo cesado en su cometido, por despecho o porque les pagan una cantidad, van y cuentan las interioridades de aquel trabajo o de aquella relación con sus jefes.
Montajista es también la persona que, ansiosa de notoriedad, sin escrúpulos y con ánimo malévolo, se presta a una situación mínimamente urdida para perjudicar o dañar premeditadamente a alguien que un día no hizo declaraciones o produjo cualquier negativa al medio, a un profesional del mismo o al entorno del mismo. Resquemores, revanchismos, móviles políticos y aprovechamientos personales también forman parte del sistema. O de la trama.
Se le busca un vínculo, se le dice lo que tiene que decir, se le prepara convenientemente, se le obnubila con cifras millonarias de audiencia, se le ofrece un talón... Y ya está: ya es partícipe, ya forma parte del montaje.
A este paso, viendo que el caudal de réditos no cede, con el tiempo no es de extrañar que se consigne: de profesión, montajista.
El último episodio es el de TeleMadrid a propósito de una ruta de inmigración ilegal desmantelada hace unos meses en el aeropuerto de Barajas y reactivada por un reportaje de dicha televisión pública para tratar de evidenciar poco menos que un coladero por donde es fácil entrar en el país sorteando controles y demás trámites legales.
Cómo habrá sido el montaje, que los trabajadores de la cadena han manifestado públicamente su vergüenza. La manipulación descarada mina su propia ejecutoria y merma -un poco más- la credibilidad del medio. Ya se están rasgando las vestiduras de las consecuencias políticas pero veremos en qué queda.
De momento, el montajista, los montajistas, han vuelto a oficiar. No les importa nada: ni el fenómeno de la inmigración ni la función policial ni la seguridad en una instalación aeroportuaria. Ya consiguieron lo que querían: sus minutos de gloria (¿de gloria?) y el supuesto desprestigio de quienes deben velar para que esas cosas (la red, la ilegalidad, el coladero...) no sucedan.
Les han descubierto. Pero no se engañen: ellos -éstos u otros- lo volverán a hacer. Ya son montajistas profesionales.
miércoles, 23 de enero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
La palabra más acertada, para el cometido al que aludes, sería montador; que en la tercera acepción planteada por la Real Academia Española dice:
3. m. y f. Persona que lleva a cabo el montaje de las películas.
Expresa con claridad lo aludido en tu artículo.
Pero en tu caso, la práctica de inventar palabras y regalarlas después, provoca en el lector, o sea en mí, un desarrollo del conocimiento apriorístico (que diría Kant) que multiplica por dos el regalo recibido
Publicar un comentario