La España política es un clamor: Gürtel. El Partido Popular se ha visto desbordado, tras hacerse público el volumen de una parte del sumario. Qué volumen: cincuenta mil folios. Hay material para rato. Recurrente: cuando las redacciones estén pálidas y faltas de noticias, se escucharán las órdenes de directores y redactores-jefes:
-Repasa Gürtel. Ahí tiene que haber algo inédito o a lo que darle la vuelta.
Pero la cosa va más allá de la anécdota periodística. Estamos ante unos hechos que, pendientes de resolución judicial, gravan, por su gravedad, el sistema democrático. El problema no es buscar una, dos o un par de docenas de chivos expiatorios o cabezas de turco: el todo es determinar el alcance de las responsabilidades políticas en un partido que es supuesta alternativa y que ya tiene experiencia gubernamental, aunque desde que fue desalojado del poder viene cometiendo errores que se van tornando irreversibles.
Demasiadas irregularidades, varias comunidades, los tentáculos de una trama cada vez más extendidos: cuando esa derecha se pone, sólo la detiene el propio monstruo que ha creado. Conocen nuestra teoría, que es de pueblo, pero no menos válida: todos se saben lo de todos y cuando, por la razón que sea, alguno o algunos se pelean, empieza a aflorar todo eso que conforma una praxis inconfesable, un vicio descomunal.
Que quede claro: no es que toda la derecha sea corrupta, es más, hay mucha gente decente en ese lado de la política y en el Partido Popular. Hay personas que se han esmerado por fortalecer la democracia, seguro que muy dolidas por todo lo que está pasando y por la propia incapacidad de la dirección para atajar las sucesivas crisis.
De modo que estos episodios, un escándalo colosal, representan un estigma difícil de borrar. Hace unos años, el PSOE tuvo que pagar en las urnas un precio muy alto por todos aquellos hechos que empañaron los mandatos de Felipe González. El PP era entonces la alternativa y agitó la bandera de la regeneración política, de la decencia en política, de tolerancia cero frente a la corrupción. La grandeza de la democracia -que una vez más tendrá que idear y aplicar mecanismos para salir airosa de estas turbaciones- hace que la situación se haya invertido y ahora sea la formación conservadora la que aparezca más salpicada y peor concernida.
Y que no vengan, por favor, con esa monserga de que, pese a los escándalos y la corrupción que se pruebe judicialmente, las encuestas y las tendencias de voto les siguen favoreciendo. Nos parece que eso es un insulto a los propios simpatizantes y votantes del Partido Popular, al menos aquellos que aspiran a un ejercicio noble y limpio de la política. Nadie en su sano juicio puede estar de acuerdo con esos métodos. Cierto que hay antecedentes pero no caben la resignación y el dejar hacer: es mucho lo que está en juego. Y si se consagran desde la voluntad popular ciertas conductas, mucho nos tememos (¿Italia?) que los males sean irreversibles.
Otra cosa es la fidelidad o la obediencia debida. Ahora no se trata de asentir y prestar conformidad, siquiera por omisión, a todo aquello que signifique una perversión del funcionamiento democrático y de la administración de los recursos públicos.
Ahora es cuando una organización política sólida debe dar ejemplo, debe estar a la altura de las exigencias sociales ante ese caos que ha estallado. Tiene autonomía para decidir lo que crea adecuado, en defensa no ya de sus intereses electorales sino de la propia democracia.
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