“El optimismo y la autoestima son dos pilares para superar las adversidades”, ha dicho Luis Rojas Marcos, escritor y psiquiatra, profesor de la New York University y miembro de la Academia de Medicina de la ciudad norteamericana, donde también ha ejercido como presidente ejecutivo del Sistema de Sanidad y Hospitales Públicos.
La afirmación parece determinante en tiempos como los que nos ha tocado padecer, cuando el optimismo se paga muy caro (si es que se puede pagar) y la autoestima es un valor que va menguando, casi sin darnos cuenta, por numerosas circunstancias.
Pero está bien que alguien tan autorizado como Rojas Marcos lance un mensaje de esas características, que sirva para romper tantos testimonios de crisis, tantos datos negativos, tantas informaciones de situaciones complicadas, por lo general, generadoras de pesimismo, en efecto. Cualquier intento de romper la sensación de pesadumbre es positivo y si es inducido por quien conoce bien el comportamiento del ser humano, más crédito tendrá.
Se trata luego de ser consecuente, de aplicarse en la construcción y ejecución de esos pilares para retomar vibraciones positivas y contrastar que hay vida al otro lado de la crisis. Es difícil admitir esto sin más, en otras palabras, es fácil escribirlo o formularlo en el plano teórico. Pero después depende de cada uno para hacerse con la iniciativa y operar los cambios conductuales que propicien decisiones y otros hábitos. No se logra de la noche a la mañana, desde luego, pero hay que intentarlo.
Porque nos dejamos vencer por los contratiempos y las tribulaciones -a veces de forma demasiado fácil, arrojando la toalla antes de tiempo o acomodándonos a situaciones carenciales a la espera de algún apaño o de que otros decidan por uno-, nos olvidamos de lo primordial que resulta en la vida mantener la compostura y la firmeza personal e intelectual para salir airosos de trances adversos.
En un país donde se presume de estar estresados o donde está mal visto decir que eres una persona optimista o resignarse al mejor tiempo pretérito, es indispensable que las personas sean conscientes de que ni la nostalgia es productiva ni cruzarse de brazos genera rentabilidad. La convicción de que lo más importante para un individuo es uno mismo cobra toda la vigencia posible. O se asume este planteamiento o empeorarán las cosas pues “está demostrado -dice también Rojas Marcos- que las personas que localizan el ‘centro de control’ dentro de ellas, tienen más posibilidad de superar la adversidad”.
A propósito: en el contexto de estas situaciones, surge un nuevo término: resiliencia, que significa la capacidad que tiene el ser humano para resistir “sin rompernos” y con el tiempo, volver al estado inicial en el que estábamos. La resiliencia describe una mezcla de resistencia y flexibilidad. Se supone que tiene mucho que ver con el componente genético. Quienes ya han experimentado tribulaciones y penurias y han aguantado, saben que ello es fundamental para buscar caminos. Igual no se vuelve al punto de partida pero son capaces de dar pasos para nuevos rumbos y para enfocar quién sabe si una nueva vida, sobreponiéndose a los reveses que marcaron una etapa.
En todo caso, si las crisis enseñan y nos devuelven al realismo, por duro que éste sea, tengamos presente que las oportunidades que surjan hay que aprovecharlas. Ya se sabe: con optimismo y autoestima.
La afirmación parece determinante en tiempos como los que nos ha tocado padecer, cuando el optimismo se paga muy caro (si es que se puede pagar) y la autoestima es un valor que va menguando, casi sin darnos cuenta, por numerosas circunstancias.
Pero está bien que alguien tan autorizado como Rojas Marcos lance un mensaje de esas características, que sirva para romper tantos testimonios de crisis, tantos datos negativos, tantas informaciones de situaciones complicadas, por lo general, generadoras de pesimismo, en efecto. Cualquier intento de romper la sensación de pesadumbre es positivo y si es inducido por quien conoce bien el comportamiento del ser humano, más crédito tendrá.
Se trata luego de ser consecuente, de aplicarse en la construcción y ejecución de esos pilares para retomar vibraciones positivas y contrastar que hay vida al otro lado de la crisis. Es difícil admitir esto sin más, en otras palabras, es fácil escribirlo o formularlo en el plano teórico. Pero después depende de cada uno para hacerse con la iniciativa y operar los cambios conductuales que propicien decisiones y otros hábitos. No se logra de la noche a la mañana, desde luego, pero hay que intentarlo.
Porque nos dejamos vencer por los contratiempos y las tribulaciones -a veces de forma demasiado fácil, arrojando la toalla antes de tiempo o acomodándonos a situaciones carenciales a la espera de algún apaño o de que otros decidan por uno-, nos olvidamos de lo primordial que resulta en la vida mantener la compostura y la firmeza personal e intelectual para salir airosos de trances adversos.
En un país donde se presume de estar estresados o donde está mal visto decir que eres una persona optimista o resignarse al mejor tiempo pretérito, es indispensable que las personas sean conscientes de que ni la nostalgia es productiva ni cruzarse de brazos genera rentabilidad. La convicción de que lo más importante para un individuo es uno mismo cobra toda la vigencia posible. O se asume este planteamiento o empeorarán las cosas pues “está demostrado -dice también Rojas Marcos- que las personas que localizan el ‘centro de control’ dentro de ellas, tienen más posibilidad de superar la adversidad”.
A propósito: en el contexto de estas situaciones, surge un nuevo término: resiliencia, que significa la capacidad que tiene el ser humano para resistir “sin rompernos” y con el tiempo, volver al estado inicial en el que estábamos. La resiliencia describe una mezcla de resistencia y flexibilidad. Se supone que tiene mucho que ver con el componente genético. Quienes ya han experimentado tribulaciones y penurias y han aguantado, saben que ello es fundamental para buscar caminos. Igual no se vuelve al punto de partida pero son capaces de dar pasos para nuevos rumbos y para enfocar quién sabe si una nueva vida, sobreponiéndose a los reveses que marcaron una etapa.
En todo caso, si las crisis enseñan y nos devuelven al realismo, por duro que éste sea, tengamos presente que las oportunidades que surjan hay que aprovecharlas. Ya se sabe: con optimismo y autoestima.
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