viernes, 16 de abril de 2010

LA CALLE DEL FÚTBOL*

"El fútbol empieza en la calle", afirma Zinedine Zidane en un reportaje que firma Diego Torres en El País. Es un trabajo enjundioso que retrata al ex futbolista como muy pocos: sus silencios, sus pesadumbres, su humildad, su concepto del juego, su filosofía… Recomendable su lectura, en todos los sentidos, incluso para los profanos. Descubrirán al deportista que lo fue por encima de todo.

Esa afirmación, empezar en la calle, nos devolvió a los años mozos y de la infancia. Cuando no había campos o los que existían estaban muy limitados en su acceso y en su utilización. La calle, ancha o angosta, corta o larga, empedrada o de tierra, asfaltada o a medio asfaltar, daba igual, era el campo natural, el espacio donde aprender, lucir habilidades y emular a las figuras de la época. Era el escenario donde romper pantalones y calzado, donde hacer paradas, donde dar patadas, donde driblar y donde rematar…

Al principio era la calle, la calle de cualquier pueblo, donde el abc del fútbol se aprendía a ritmo de vértigo, donde jugaban chicos y grandes robando horas al estudio y huyendo despavoridos si asomaban las gorras de los guardias (así se llamaban entonces) municipales, luego al mando de las primeras motocicletas. Porque en la calle -otra proscripción más- no se podía jugar. Y si la cruzaba alguien, había que parar, no fuera que alcanzara un balonazo o un empujón de los contendientes. Algunos jugaban descalzos; otros, con lonas. Y los más, rompían los zapatos con los que al día siguiente había que ir al colegio.

La calle, a veces, estaba delimitada por paredes o muros que, en el fondo, se convertían en un elemento de apoyo. Toque a la pared, superado el contrario y de nuevo el balón en los pies. ¿El balón? Muy raro. Eran pelotas de goma o plástico el instrumento de juego, cuando no, las de papel o trapo, hechas manualmente y duraderas hasta que ya no rodaban. El balón o la pelota a menudo caían en la finca o en la casa próxima, cuando no rompían algún cristal. Y se acababa el juego o se interrumpía hasta que alguien, no sin temor o esfuerzo, saltaba el muro y recuperaba el instrumento.

Allí comenzó todo. Lo ha consagrado Zidane, una leyenda. Formas aparte, dice el ex jugador madridista que ahí se aprende a no estar solo. Otra gran verdad: experimentas la primera sensación de compañerismo o sientes la envidia de quien juega mejor. Acompañar o rivalizar, aprender, educarse, reaccionar: esas eran las cuestiones. La calle como escuela, con su espontaneidad y sus improvisaciones, con su anarquía, con su singular albedrío…

Allí es donde primero se aprende. Palabra de Zidane.

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* Artículo publicado ayer en el prestigioso sitio web www.idomaydeporte.com cuyo titular es el profesor Jesús Castañón Rodríguez, doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Valladolid y autor de una amplia bibliografía de referencia.

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