La demanda la hemos vivido en directo: numerosas personas que no se explican el por qué de una sola farmacia de guardia en el municipio los domingos y días festivos. Otras muchas (entre las que incluir turistas), que se acercan a una de las más céntricas para recabar la correspondiente información de manera directa, esto es, leyendo el rótulo que se supone está visible, constituyen el otro cuerpo social de esa reivindicación, sobre todo, cuando el establecimiento está algo alejado y precisan de transporte, taxi o guagua.
Parece una demanda razonable, pese a que el Puerto de la Cruz, ya se sabe, es el término municipal más pequeño de Canarias y todo parece estar al alcance, sin casi de necesidad de tener que utilizar medio de transporte. Un hecho es la decadencia del destino turístico pero otro, muy distinto, es que la población, tanto nativa como visitante, siga precisando de servicios como el que nos ocupa, acentuado, precisamente, en días feriados y vísperas.
Los datos son incuestionables: hay diecinueve farmacias aptas para hacer guardias, doce localizadas en el casco y las siete restantes en barrios o distritos adyacentes. Eso significa que toca una guardia cada dieciocho días. Se supone que el sistema está concertado entre los licenciados y el colegio profesional que los agrupa. Y se supone que debe estar inspirado en criterios funcionales y consecuentes.
Sin embargo, existe esa fisura: un solo establecimiento farmacéutico de guardia resulta insuficiente. Para mucha gente, es una incomodidad, cuando menos un trastorno, tenerse que desplazar, pongamos por ejemplo, desde la calle Mequinez hasta La Vera. Personas con movilidad reducida o a las que cueste tener que abonar el importe de un taxi, no digamos cuando se trate de alguna emergencia para ellas mismas, se ven claramente en dificultades para hacerse con el producto que buscan. Gastos de tiempo y de transporte que se añaden al precio.
Todo aconseja entonces una revisión de ese sistema, o lo que es igual, introducir alguna medida correctora que permita salir del trance. Aún cuando los titulares de las propias farmacias hayan de afrontar algún esfuerzo, como más personal o más horas extraordinarias de carácter específico, posiblemente -salvo otras de rango normativo que no alcanzamos a conocer- la causa que impida o condicione la alternativa.
Dos farmacias de guardia en una ciudad de las características de la portuense, con sus peculiaridades, no son una aspiración descabellada. Se insiste: lo hemos vivido de cerca, en primera persona. Para el cliente es casi peor tener que desplazarse a un sitio que le resulta lejano para ir a pie que no encontrar la prescripción señalada.
Confiemos en que los elementos objetivos de la demanda sustancien una solución racional y equilibrada, pensada a favor de los usuarios.
Parece una demanda razonable, pese a que el Puerto de la Cruz, ya se sabe, es el término municipal más pequeño de Canarias y todo parece estar al alcance, sin casi de necesidad de tener que utilizar medio de transporte. Un hecho es la decadencia del destino turístico pero otro, muy distinto, es que la población, tanto nativa como visitante, siga precisando de servicios como el que nos ocupa, acentuado, precisamente, en días feriados y vísperas.
Los datos son incuestionables: hay diecinueve farmacias aptas para hacer guardias, doce localizadas en el casco y las siete restantes en barrios o distritos adyacentes. Eso significa que toca una guardia cada dieciocho días. Se supone que el sistema está concertado entre los licenciados y el colegio profesional que los agrupa. Y se supone que debe estar inspirado en criterios funcionales y consecuentes.
Sin embargo, existe esa fisura: un solo establecimiento farmacéutico de guardia resulta insuficiente. Para mucha gente, es una incomodidad, cuando menos un trastorno, tenerse que desplazar, pongamos por ejemplo, desde la calle Mequinez hasta La Vera. Personas con movilidad reducida o a las que cueste tener que abonar el importe de un taxi, no digamos cuando se trate de alguna emergencia para ellas mismas, se ven claramente en dificultades para hacerse con el producto que buscan. Gastos de tiempo y de transporte que se añaden al precio.
Todo aconseja entonces una revisión de ese sistema, o lo que es igual, introducir alguna medida correctora que permita salir del trance. Aún cuando los titulares de las propias farmacias hayan de afrontar algún esfuerzo, como más personal o más horas extraordinarias de carácter específico, posiblemente -salvo otras de rango normativo que no alcanzamos a conocer- la causa que impida o condicione la alternativa.
Dos farmacias de guardia en una ciudad de las características de la portuense, con sus peculiaridades, no son una aspiración descabellada. Se insiste: lo hemos vivido de cerca, en primera persona. Para el cliente es casi peor tener que desplazarse a un sitio que le resulta lejano para ir a pie que no encontrar la prescripción señalada.
Confiemos en que los elementos objetivos de la demanda sustancien una solución racional y equilibrada, pensada a favor de los usuarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario