lunes, 15 de septiembre de 2014

UN EJERCICIO NOBLE

Algunos, ya jubilados. Otros, con achaques de salud. Unos cuantos, en activo. Cada quien, contando su historia, su anécdota. Todos, haciendo gala de compañerismo y compartiendo amistad.
         Los informadores deportivos del norte de la isla se reunieron para convivir un rato, sin un móvil determinado, acaso solo porque una vez al año es positivo y porque casi todos los intentos anteriores si no fracasaron, tuvieron una respuesta reducida y, por supuesto, incompleta.
         Lo mejor de ese grupo de informadores, aparte de realizar una formidable cobertura de esa vertiente insular, desde Tegueste a Buenavista, de todos los deportes y de todas las categorías, es la solidaridad de la que han hecho gala, un espíritu de camaradería que elevó su quehacer hasta niveles de profesionalidad que, en muchos casos, no buscaban. En buena medida, en efecto, tenían otras ocupaciones; pero les podía la vocación de informar y los fines de semana y festivos sacrificaban familia y otras alternativas con tal de cumplir con crónicas y resultados.
         Ni siquiera la competencia que significaba colaborar en medios diferentes mermó ese espíritu y esas ganas de ofrecer una información y una visión del deporte que, a buen seguro, se desarrolló frecuentemente según el grado de reivindicación que, a su manera, se plantearon. Al contrario, colaboraban entre sí, intercambiaban datos y resultados. Trabajaban a sabiendas de que  estaban expuestos a la crítica de quienes discrepaban de sus comentarios y a cambio de unos muy modestos ingresos, a veces ni eso. En muchos sitios, también lo hacían desafiando imponderables climáticos o de localización, cerca de aficionados radicales o de deportistas que reclamaban un mejor trato o tenían una visión distinta de determinado lance del juego.
         La constancia era otra de sus cualidades. Vivieron experimentaciones de programas de radio, con conexiones en directo en las que relatar la emoción de un gol o de una llegada era una suerte de sublimación. Se las ingeniaron para informar desde cabinas telefónicas cercanas o de domicilios próximos a los recintos deportivos. Hasta que llegaron los móviles, claro. Aguantaron pacientemente turnos de grabación. Alguno se atrevió con imágenes en videos domésticos. En un día, podían ver tres o cuatro partidos y hasta visitaban otros tantos campos. Como carecían del don de la ubicuidad y había confrontaciones de interés en varios frentes, tejieron una red de contactos para verificar u obtener datos y resultados. Soportaron los apremios de redactores jefe, jefes de sección y locutores que, ciertamente, se sumaron a la causa. El objetivo era informar y de esa forma hacían honor a una vocación. Seguro que hubo más de una carencia y más de una metedura de pata, pero con voluntarismo y probadas ganas de cumplir, suplieron las deficiencias. Recibieron reprimendas de dirigentes -a veces, en lugares inapropiados-, de deportistas y de aficionados. Pero los informadores se mantenían firmes y el domingo, al campo o al polideportivo otra vez. Vivieron euforias de ascenso y acíbar de pérdidas de categoría o desapariciones. Y seguían estando allí.
         Vivieron la emergencia de las nuevas tecnologías que trajeron la agilidad y facilitaron mucho la conectividad y el suministro de información. Ahora recuerdan aquellos transistores que se quedaban sin baterías de vez en cuando y aquellos casetes que dejaron paso a otros aparatos de grabación y reproducción.
         De todo eso hablaron en esa reunión celebrada, sin formalidad alguna, en un restaurante del valle de La Orotava. Evocan aquellos tiempos de amateurismo y lamentan que no se preste atención a estratos de base o disciplinas minoritarias. Saben que mandan los representativos de mayor nivel, son conscientes de lo que significan las categorías nacionales. Y hasta comprenden que las dinámicas de programas, espacios o tratamientos periodísticos están condicionados por esos y otros hechos. No reclaman más protagonismo pero sí les disgusta verse relegados. En aquellos años, pese a tantas dificultades o limitaciones, había bastante ilusión y hasta un simple contratiempo era un aliciente más para seguir informando. Ahora, entre la edad y el hastío, entre los reclamos de las grandes escuadras y de las grandes competiciones, entre la inmensidad de la oferta deportiva tan fácil de seguir desde cualquier medio y desde internet, es como si esa ilusión hubiese disminuido o desaparecido.

         Se trataba de pasar un rato distendido y lo consiguieron. De evocar situaciones y momentos sobre los que pudieron informar. De dar rienda suelta, en fin, a la amistad y a un ejercicio hecho con nobleza en una fase de las vidas de cada cual, apta para ser recordada de forma gratificante. Que se lo pregunten a los asistentes.

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