Algunos, ya
jubilados. Otros, con achaques de salud. Unos cuantos, en activo. Cada quien,
contando su historia, su anécdota. Todos, haciendo gala de compañerismo y
compartiendo amistad.
Los informadores deportivos del norte
de la isla se reunieron para convivir un rato, sin un móvil determinado, acaso
solo porque una vez al año es positivo y porque casi todos los intentos
anteriores si no fracasaron, tuvieron una respuesta reducida y, por supuesto,
incompleta.
Lo mejor de ese grupo de informadores,
aparte de realizar una formidable cobertura de esa vertiente insular, desde
Tegueste a Buenavista, de todos los deportes y de todas las categorías, es la
solidaridad de la que han hecho gala, un espíritu de camaradería que elevó su
quehacer hasta niveles de profesionalidad que, en muchos casos, no buscaban. En
buena medida, en efecto, tenían otras ocupaciones; pero les podía la vocación
de informar y los fines de semana y festivos sacrificaban familia y otras
alternativas con tal de cumplir con crónicas y resultados.
Ni siquiera la competencia que
significaba colaborar en medios diferentes mermó ese espíritu y esas ganas de
ofrecer una información y una visión del deporte que, a buen seguro, se
desarrolló frecuentemente según el grado de reivindicación que, a su manera, se
plantearon. Al contrario, colaboraban entre sí, intercambiaban datos y
resultados. Trabajaban a sabiendas de que
estaban expuestos a la crítica de quienes discrepaban de sus comentarios
y a cambio de unos muy modestos ingresos, a veces ni eso. En muchos sitios,
también lo hacían desafiando imponderables climáticos o de localización, cerca
de aficionados radicales o de deportistas que reclamaban un mejor trato o tenían
una visión distinta de determinado lance del juego.
La constancia era otra de sus
cualidades. Vivieron experimentaciones de programas de radio, con conexiones en
directo en las que relatar la emoción de un gol o de una llegada era una suerte
de sublimación. Se las ingeniaron para informar desde cabinas telefónicas
cercanas o de domicilios próximos a los recintos deportivos. Hasta que llegaron
los móviles, claro. Aguantaron pacientemente turnos de grabación. Alguno se
atrevió con imágenes en videos domésticos. En un día, podían ver tres o cuatro
partidos y hasta visitaban otros tantos campos. Como carecían del don de la
ubicuidad y había confrontaciones de interés en varios frentes, tejieron una red
de contactos para verificar u obtener datos y resultados. Soportaron los
apremios de redactores jefe, jefes de sección y locutores que, ciertamente, se
sumaron a la causa. El objetivo era informar y de esa forma hacían honor a una
vocación. Seguro que hubo más de una carencia y más de una metedura de pata,
pero con voluntarismo y probadas ganas de cumplir, suplieron las deficiencias.
Recibieron reprimendas de dirigentes -a veces, en lugares inapropiados-, de
deportistas y de aficionados. Pero los informadores se mantenían firmes y el
domingo, al campo o al polideportivo otra vez. Vivieron euforias de ascenso y
acíbar de pérdidas de categoría o desapariciones. Y seguían estando allí.
Vivieron la emergencia de las nuevas
tecnologías que trajeron la agilidad y facilitaron mucho la conectividad y el
suministro de información. Ahora recuerdan aquellos transistores que se
quedaban sin baterías de vez en cuando y aquellos casetes que dejaron paso a
otros aparatos de grabación y reproducción.
De todo eso hablaron en esa reunión
celebrada, sin formalidad alguna, en un restaurante del valle de La Orotava.
Evocan aquellos tiempos de amateurismo y lamentan que no se preste atención a
estratos de base o disciplinas minoritarias. Saben que mandan los
representativos de mayor nivel, son conscientes de lo que significan las
categorías nacionales. Y hasta comprenden que las dinámicas de programas,
espacios o tratamientos periodísticos están condicionados por esos y otros
hechos. No reclaman más protagonismo pero sí les disgusta verse relegados. En
aquellos años, pese a tantas dificultades o limitaciones, había bastante
ilusión y hasta un simple contratiempo era un aliciente más para seguir
informando. Ahora, entre la edad y el hastío, entre los reclamos de las grandes
escuadras y de las grandes competiciones, entre la inmensidad de la oferta deportiva
tan fácil de seguir desde cualquier medio y desde internet, es como si esa
ilusión hubiese disminuido o desaparecido.
Se trataba de pasar un rato distendido
y lo consiguieron. De evocar situaciones y momentos sobre los que pudieron
informar. De dar rienda suelta, en fin, a la amistad y a un ejercicio hecho con
nobleza en una fase de las vidas de cada cual, apta para ser recordada de forma
gratificante. Que se lo pregunten a los asistentes.
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