Estaban
al otro lado del estudio. De la pecera, según se decía en el argot.
Tenían sus turnos. Y eran estrictos. Y es que la puntualidad en la
emisión, en todos los órdenes, dependía de ellos. Trabajaban en
solitario o atendían por parejas, según la capacidad de los
estudios o la operabilidad de éstos, principalmente para grabar. A
menudo, por exigencias o por circunstancias, atendían los dos
frentes a la vez. Encima, controlaban el horario de la emisión
publicitaria. Y el teléfono. Atendían las visitas. Y firmaban las
entregas de los encargos.
Los
operadores de control eran los anónimos de la radio. Les conocía
muy poca gente. Todo lo más, sus nombres, que los locutores,
relatores o conductores mencionaban de vez en cuando, siquiera para
hacerles alguna indicación, en directo si fuera menester. Los
operadores iban acumulando destreza a medida que la radio crecía o
iba incorporando nuevas fórmulas, nuevas voces, nuevos esquemas de
realización. Era un aprendizaje permanente el suyo: sabían que un
fallo suyo podía echar a perder todo un programa o toda una
transmisión. Por lo tanto, hablamos de un celo permanente, de
personas que debían estar concentradas para su mejor ejecución
profesional.
Los
operadores debían estar al tanto de las novedades musicales. Algunos
se especializaban y distinguían perfectamente los instrumentales y
las bandas sonoras cinematográficas. Escuchaban atentamente para
seleccionar fragmentos que luego utilizaban en grabaciones de cuñas
musicales, por ejemplo, o para seleccionar sintonías de programas.
También servían para ráfagas o cortinas musicales separadoras. Los
más esmerados llegaban a hacer mezclas y fusiones de resultados
envidiables, a veces irrepetibles si no se grababan. Posiblemente,
fueron los primeros musicalizadores.
El
gran reto era los programas en directo, especialmente los deportivos.
Los preliminares de las transmisiones de convirtieron en un sufrido
preparatorio, simplemente para acceder, mediante la mesa de pruebas,
a la conexión con la línea microfónica previamente solicitada a la
Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE). Las calidades de
la señal eran muy variables. Dependían del equipo de transmisión,
el célebre ITAME o los de fabricación casera, de los dos o de los
cuatro hilos, del retorno o del sin retorno. Ya avanzados los años
ochenta, los primeros avances tecnológicos propiciaron la
introducción de inalámbricos o de emisores autónomos, muy aptos
para acontecimientos que se desarrollaban en distintos puntos, y que
sorteban los canales convencionales. Ahí siempre llevó la
delantera, con más recursos materiales y técnicos, Radio Nacional
de España, en Canarias el Centro Emisor del Atlántico.
Los
operadores de control abrían y cerraban las emisoras. Tenían las
llaves, pues. Algunos preparaban con antelación las programaciones
del día, con sus horarios, por supuesto. Las conocían de memoria.
Su intervención era determinante cuando había programas en cadena y
en directo en los que era factible desconectar para dar paso a
publicidad o información local, ofrecida esta telefónicamente desde
algún recinto deportivo de la capital o del interior (Tiempo
de juego, en
la COPE, fue, en ese sentido, un admirable ejemplo de realización
radiofónica). Radio Juventud, luego Radio Cadena Española, tambien
hizo realizaciones similares. Hasta que los aires vanguardistas de
Radio Club Tenerife (SER) soplaron hacia coberturas más amplias.
Las
grabaciones requerían de oficio y buen hacer. Les gustaba que
salieran a la primera pero si se producía alguna imperfección, en
seguida volvían a intentarlo. Trabajaron durante muchos años con
magnetoscopios y aparatos de reproducción que también requerían de
destreza, sobre todo, para que no se averiasen. Cuando alguno se
trababa o cuando la aguja del disco no superaba el surco, la mano del
operador era decisiva.
No les
gustaba mucho (para no distraerse, seguro) hacer tareas al margen de
su cometido, como tomar los primeros datos de un accidente, de una
esquela o de una información, de un nombre o de un simple número
telefónico. El ejercicio se hizo a veces tan rutinario o tan
mecanicista que, en ciertas ocasiones, rompía todos los esquemas.
Como ocurrió aquella vez en COPE Tenerife, cuando un operador daba
paso a un corresponsal en La Palma. “Cuenta cinco y adelante”, le
indicaba. No entraba. No se escuchaba nada. Así, hasta tres veces.
Cuando ya con evidente malestar le preguntó si no le oía, por qué
no hablaba, fue replicado: “¿Cómo que cinco y adelante si esta es
la fábrica de piensos?”. Evidentemente, el operador había
repetido la marcación telefónica de manera equivocada.
Seguro que
anécdotas como ésta hay muchas, más o menos graciosas, más o
menos trascendentes o que hayan repercutido en los resultados del
trabajo. Pero lo cierto es que el papel de los operadores de control
en las emisoras de radio ha sido sobresaliente. Sin que se notara.
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