lunes, 5 de enero de 2015

OPERADORES DE CONTROL RADIOFÓNICO

Estaban al otro lado del estudio. De la pecera, según se decía en el argot. Tenían sus turnos. Y eran estrictos. Y es que la puntualidad en la emisión, en todos los órdenes, dependía de ellos. Trabajaban en solitario o atendían por parejas, según la capacidad de los estudios o la operabilidad de éstos, principalmente para grabar. A menudo, por exigencias o por circunstancias, atendían los dos frentes a la vez. Encima, controlaban el horario de la emisión publicitaria. Y el teléfono. Atendían las visitas. Y firmaban las entregas de los encargos.

Los operadores de control eran los anónimos de la radio. Les conocía muy poca gente. Todo lo más, sus nombres, que los locutores, relatores o conductores mencionaban de vez en cuando, siquiera para hacerles alguna indicación, en directo si fuera menester. Los operadores iban acumulando destreza a medida que la radio crecía o iba incorporando nuevas fórmulas, nuevas voces, nuevos esquemas de realización. Era un aprendizaje permanente el suyo: sabían que un fallo suyo podía echar a perder todo un programa o toda una transmisión. Por lo tanto, hablamos de un celo permanente, de personas que debían estar concentradas para su mejor ejecución profesional.

Los operadores debían estar al tanto de las novedades musicales. Algunos se especializaban y distinguían perfectamente los instrumentales y las bandas sonoras cinematográficas. Escuchaban atentamente para seleccionar fragmentos que luego utilizaban en grabaciones de cuñas musicales, por ejemplo, o para seleccionar sintonías de programas. También servían para ráfagas o cortinas musicales separadoras. Los más esmerados llegaban a hacer mezclas y fusiones de resultados envidiables, a veces irrepetibles si no se grababan. Posiblemente, fueron los primeros musicalizadores.

El gran reto era los programas en directo, especialmente los deportivos. Los preliminares de las transmisiones de convirtieron en un sufrido preparatorio, simplemente para acceder, mediante la mesa de pruebas, a la conexión con la línea microfónica previamente solicitada a la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE). Las calidades de la señal eran muy variables. Dependían del equipo de transmisión, el célebre ITAME o los de fabricación casera, de los dos o de los cuatro hilos, del retorno o del sin retorno. Ya avanzados los años ochenta, los primeros avances tecnológicos propiciaron la introducción de inalámbricos o de emisores autónomos, muy aptos para acontecimientos que se desarrollaban en distintos puntos, y que sorteban los canales convencionales. Ahí siempre llevó la delantera, con más recursos materiales y técnicos, Radio Nacional de España, en Canarias el Centro Emisor del Atlántico.

Los operadores de control abrían y cerraban las emisoras. Tenían las llaves, pues. Algunos preparaban con antelación las programaciones del día, con sus horarios, por supuesto. Las conocían de memoria. Su intervención era determinante cuando había programas en cadena y en directo en los que era factible desconectar para dar paso a publicidad o información local, ofrecida esta telefónicamente desde algún recinto deportivo de la capital o del interior (Tiempo de juego, en la COPE, fue, en ese sentido, un admirable ejemplo de realización radiofónica). Radio Juventud, luego Radio Cadena Española, tambien hizo realizaciones similares. Hasta que los aires vanguardistas de Radio Club Tenerife (SER) soplaron hacia coberturas más amplias.

Las grabaciones requerían de oficio y buen hacer. Les gustaba que salieran a la primera pero si se producía alguna imperfección, en seguida volvían a intentarlo. Trabajaron durante muchos años con magnetoscopios y aparatos de reproducción que también requerían de destreza, sobre todo, para que no se averiasen. Cuando alguno se trababa o cuando la aguja del disco no superaba el surco, la mano del operador era decisiva.

No les gustaba mucho (para no distraerse, seguro) hacer tareas al margen de su cometido, como tomar los primeros datos de un accidente, de una esquela o de una información, de un nombre o de un simple número telefónico. El ejercicio se hizo a veces tan rutinario o tan mecanicista que, en ciertas ocasiones, rompía todos los esquemas. Como ocurrió aquella vez en COPE Tenerife, cuando un operador daba paso a un corresponsal en La Palma. “Cuenta cinco y adelante”, le indicaba. No entraba. No se escuchaba nada. Así, hasta tres veces. Cuando ya con evidente malestar le preguntó si no le oía, por qué no hablaba, fue replicado: “¿Cómo que cinco y adelante si esta es la fábrica de piensos?”. Evidentemente, el operador había repetido la marcación telefónica de manera equivocada.


Seguro que anécdotas como ésta hay muchas, más o menos graciosas, más o menos trascendentes o que hayan repercutido en los resultados del trabajo. Pero lo cierto es que el papel de los operadores de control en las emisoras de radio ha sido sobresaliente. Sin que se notara.  

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