Regalan un almanaque en la farmacia donde habitualmente retiramos los medicamentos. Un detalle. Una atención. Así era antes, hace unos cuantos años, cuando los propietarios de los establecimientos agradecían la fidelidad y la paciencia de la clientela, al tiempo que dejaban un sello publicitario, su sello, que, al menos, iba a durar un año, el de la vigencia del calendario, eso sí, colgado en la cocina o en cualquier otra dependencia de la vivienda.
El almanaque tenía variables, por supuesto. Estaban los de mano o cartera, fácilmente manejables para cualquier consulta sobre fechas y hacer la correspondiente planificación. Y luego estaban las agendas, con su sello o su logo, cuando se pusieron de moda, cuando casi se hicieron indispensables para el seguimiento y registro de las tareas cotidianas. Las agendas, por lo que recordamos, fueron iniciativa de los bancos que, con el paso de los años, las retiraron –allá ellos, con sus dineros- porque ellos no están para regalar nada. Y ustedes entienden, sin molestar.
Pero un almanaque de la farmacia, en la farmacia, regalado, es una acción que se agradece, una señal de generosidad, si nos apuran hasta necesaria en los tiempos que corren, cuando la amabilidad ha disminuido, contribuyendo así a la progresiva deshumanización.
Cuando tanto se habla del comercio local, cuando la tercera generación es la que aprecia los efectos de la feroz competencia, el detalle, esa atención para corresponder al cliente, para fidelizarlo, se agradece. Sean correspondidos quienes han mantenido la costumbre durante años y bienvenidos quienes ahora traten de implantarla y mantenerla. Es una forma sencilla de saber que en el establecimiento se acuerdan de las visitas y demandas de los clientes.
Esa sensibilidad evaporada...
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