lunes, 23 de febrero de 2009

AQUEL 23F

Si, como es costumbre en Estados Unidos, preguntaran ¿qué hacía o dónde estaba usted el 23-F del 81?, habría que responder:
Era alcalde Paco Afonso quien, tras una reunión en el Cabildo Insular, había invitado a almorzar en un restaurante de Santa Cruz de Tenerife sin un motivo especial, para hablar de las inminentes celebraciones de Carnaval. Acudimos María Luisa Arozarena, Andrés Chaves, Luis Ortega y quien suscribe. Llegué algo tarde, una vez terminado el programa que a diario hacíamos en Radio Popular de Tenerife.
Paco habló de todos los proyectos con los que soñaba transformar el Puerto de la Cruz. Con el optimismo que le caracterizaba, llegó a afirmar que el nuevo gobierno habría de ser positivo para el municipio. Antes de despedirnos, María Luisa le preguntó por Aarón, su único hijo, que había posado en unas fotos que ilustraban la entrevista hecha para Diario de Avisos, unos pocos días después de haber ganado las elecciones locales de 1979.
En aquel viejo BMW con matrícula de Gran Canaria que él mismo conducía, regresamos al Puerto. Aparcó en el exterior del Ayuntamiento, sobre aquella explanada de adoquines. Se acercó Cipriano Rodríguez, uno de los cabos de la policía local, quien tras saludar correctamente al alcalde, preguntó:
-¿Ya se enteró, don Francisco?
-¿Qué pasó?-, interrogó a su vez el edil.
-Tiros en el Congreso-, replicó el policía.
-¿Tiros? Pero, ¿de quién? ¿ETA?
-No, no… la Guardia Civil.
El desconcierto se apoderó de nosotros. Subimos apresuradamente la escalera. El alcalde encendió un transistor que guardaba en una gaveta. Empezó a sonar el teléfono. A los pocos minutos, comenzó a sonar música militar. Mientras aguardamos la llegada de los concejales, Afonso llamó a su familia directa e indicó a la policía local, donde había unos tres o cuatro efectivos, que dieran prioridad a cualquier llamada que procediera del Gobierno Civil y que impidieran el paso de de cualquier persona que no estuviera identificada.
Aparecieron Domingo Perera y Antonio Ortiz, que venían de una visita a algún barrio, acompañados de Celso Arbelo, otro cabo de la policía municipal. José Vicente Hernández y Cristóbal Díaz llegarían poco después. Las mujeres de la limpieza se acercaban a la alcaldía ansiosas de información. La incertidumbre se contagió sin dificultad. El alcalde, que ya había recibido llamadas desde la sede del PSOE en Madrid, indicó a un compañero que llevasen el censo, las fichas de los militantes del partido y el libro de actas de la Agrupación Local a un lugar seguro, en concreto a un domicilio de Punta Brava. Al cabo de una hora, más o menos, Miguel Angel Díaz Molina y Juan Carlos Castañeda Baute se presentaron en el Ayuntamiento para contribuir a “defender el orden constitucional”. Afonso y Perera se lo agradecieron. La frase, que vino a coincidir con el título de la edición de El País de aquella madrugada, adquiriría con el tiempo un valor extraordinario.
El alcalde telefoneó directamente al teniente del puesto de la Guardia Civil, Bonifacio García, con quien tenía una buena relación personal. Le dijo a Paco Afonso que si deseaba, se refugiara en el cuartel, que él le ofrecía plenas garantías.
Las llamadas en demanda de información se sucedían sin descanso. Entre ellas, hay que consignar las de Rafael Abreu, Julio Espinosa y Antonio Santana. Las calles se fueron despoblando a medida que entraba la noche. Había una tensa tranquilidad. La policía local informaba de que no se advertían actividades extrañas, sólo el cierre anticipado de algunos bares y comercios.
Desde el periódico y desde la emisora tampoco estaban más claras las cosas. Que estuviéramos atentos a cualquier hecho noticioso. Pasadas las ocho, los teléfonos se colapsaron. Al ser más difícil intercomunicarse, como que eso favoreció que las personas se quedasen en casa o se trasladaran a ella para estar junto a los suyos.
No hubo, que se sepa, situaciones extremas. El alcalde conservó la calma y administró la información que recibía de forma muy serena, sin alarmismos. La intercambió con otros colegas (incluso de otros partidos) y compañeros. A su transistor se unieron otros, desde los que seguíamos los acontecimientos no sin cierta ansiedad. Chaves y Arozarena llamaron para interesarse por su estado. Les dio palabras de tranquilidad.
Cuando escuchamos el mensaje del Rey, como que hubo un respiro generalizado de alivio y apareció la distensión. Fue el momento en que nos retiramos, quedando emplazados para conectar a cualquier hora a tenor de la evolución de la situación.
Esta es la respuesta de la memoria de aquella fecha en que, por fortuna, se salvó la democracia española.

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