Lo comprendemos todos, no hacemos cargo, se entiende tu reacción... Pero no puede ser.
La democracia es así de grande y generosa. Abusan de ella, vaya que sí abusan. Fíjate bien: los mismos que no condenan atentados, son insensibles o se mofan cuando ocurre alguna desgracia que hata cuesta vidas, son los que luego pegan carteles hablando de agresión fascista o se manifiestan por las calles pidiendo no sabemos qué justicia.
Pero es el Estado de derecho el que tiene que regular: la Ley, los códigos, los tribunales, los procedimientos... Otra cosa es que deba funcionar mejor. Pero es el Estado de derecho, es la Constitución, la que suprimió los tribunales de honor y la que no ampara la justicia por su mano.
El problema, Emilio, es que no puede ser.
Las imágenes son rotundas: Emilio Gutiérrez, en Lazkano, mazo en la mano, rompiendo lo que el instinto le alumbraba en una taberna abertzale. Y la Ertzaintza que aparece al instante.
Era la reacción de alguien a quien habían destruido la vivienda, seguro que con gran esfuerzo obtenida, personal y familiar.
Como no es habitual, a todos llamó la atención: en solitario, a pleno día, a rostro descubierto... Y todos pensamos en el arrojo y en la valentía. Y seguro que en todos despertó inicialmente un sentimiento de solidaridad y de admiración.
Pero no, Emilio, no puede ser.
Estamos seguros de que jamás un delito, el tuyo, el que han podido ver España y el mundo entero, ha concentrado tantas eximentes. Pero no es ese el camino de la solución.
Hay otro más largo y tortuoso, costoso hasta el límite de vidas humanas, pero es el que están transitando la sociedad vasca y el Estado de derecho para ganar, para acabar con la violencia y el terror, para disfrutar la libertad y convivir sin ciertas lacras.
El hecho, en cualquier caso, es una inflexión. Pase lo que pase, será recordado eternamente.
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