lunes, 9 de febrero de 2009

TAORO

Hay tres referencias básicas que explican su significado histórico: fue el primero de los grandes hoteles construidos en la gran ciudad, a finales del siglo XIX; se convirtió en la mejor escuela, en el mejor centro de formación turística que han conocido las islas, cuando no había enseñanza reglada ni programas específicos; y ya con la recuperada democracia, ya vigente la Ley del Juego, albergó el único casino español de titularidad pública.
Entre los pliegues de esa historia se encuentran algunos incendios registrados en el inmueble, muchas travesuras juveniles, la visita del general Franco, la tremenda especulación con el suelo del entorno en los años del desarrollismo, la cena-cumbre de seis jefes de Estado europeos en ocasión de la inauguración del Instituto Astrofísico de Canarias (IAC), centenares de fotos de bodas en los jardines, unas cuantas convocatorias de postín y la construcción de un centro o pabellón de usos múltiples que sirvió para animar y complementar la actividad de un lugar identificado con un solo término, con una sola palabra: Taoro.
Pero la apertura de otros dos casinos de juego en la isla incidió en una progresiva merma de resultados de explotación y todo aconsejaba el traslado de la razón de ser del Taoro. Era una apuesta casi de todo o nada: había que intentarlo, había que dar el paso antes que perderlo o clausurarlo, antes de que la ciudad se quedara sin una de sus señas de identidad. Y se consumó ese traslado hasta el complejo turístico “Costa Martiánez”.
Desde entonces, en el ejercicio de responsabilidades públicas, nos preocupamos por el futuro del inmueble, conscientes de que si se cerraba por mucho tiempo, el deterioro de su interior y hasta de sus dotaciones externas harían más gravosa la solución que se diera a su nuevo destino. Y porque convenía evitar otra visible señal física del estancamiento o de la decadencia de la ciudad. Y porque cuanto más tiempo transcurriera, más complicada sería la determinación, política y presupuestariamente hablando. Objetivo: evitar el abandono, eludir el bloqueo, impedir un ‘eternizamiento’ de la situación.
Aportamos sin dobleces la alternativa: restitución del uso residencial turístico. Ahí están actas, mociones, escritos e intervenciones en que abogamos por una solución que, en el fondo, cualificara la propia oferta del destino turístico, necesitada precisamente de uno o dos establecimientos hoteleros del máximo rango. Se trataba de afrontar una operación estilo hotel “Mencey” o similar, siempre dependiendo de la voluntad política, de la cooperación interadministrativa -el Cabildo Insular es el propietario del inmueble- y hasta de la misma participación de la iniciativa privada.
El caso es que ya han pasado años desde que cerraron las puertas y las dependencias del antiguo hotel y del antiguo casino están oscuras y vacías. Y que pasa la hora de la RIC -¿no habíamos quedado en que habría de servir para estas cosas?- y que la jungla legislativa (moratoria, medidas urgentes…) se hace cada vez más intrincada, sin que se atisbe una solución. La recesión económica, desde luego, complica aún más cualquier avance y la materialización de cualquier proyecto.
Consta que hay un cierto consenso político -ya es difícil en esta tierra- y hasta existen informes y análisis técnicos favorables. Devolver el Taoro a sus orígenes, convertirlo de nuevo en hotel: esa es la cuestión. Pero tales premisas positivas parecen no ser suficientes. Al menos, hasta la fecha, cuando, que se sepa, no hay una actuación concreta proyectada. Y entonces surge de nuevo la mano negra, esa que siempre nos resistimos a creer que existe pero que, la confluencia de factores e intereses hace que, entre la frustración y el desaliento, sospechemos de ella.

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