sábado, 4 de abril de 2009

EL RETORNO DE LA TEMPORADA BAJA

Parece, turísticamente hablando, que volvemos a la estacionalidad, con lo que, una vez más, la historia se repite. Expliquemos que la estacionalidad es el vocablo con que se conoce en el modo de explotación turística el período de tiempo en que la unidad residencial u hotelera deja de funcionar debido, principalmente, a que durante el mismo no hay afluencia de turistas o clientes. Es lo que se llamaba temporada baja.
Así se trabajó hace décadas hasta que la estacionalidad se evaporó por sí misma, con toda naturalidad, al nutrir los mercados emisores todos los meses del año, un factor más para el crecimiento empresarial y la estabilidad laboral.
Eran uno o dos meses, todo lo más, el tiempo en que el hotel permanecía cerrado, circunstancia que era aprovechada por la propiedad para realizar obras de reparación o tareas de mantenimiento. Los trabajadores tomaban sus vacaciones o firmaban contratos temporales en otros destinos. Ese período de tiempo solía coincidir con los meses preveraniegos, es decir, después de Semana Santa, fechas en las que había exámenes de estudiantes, en Europa ya hacían la declaración de la renta y los funcionarios se preparaban para su descanso estival.
El hecho influye en el conjunto del destino pues si son muchos los establecimientos que cierran durante esa época los mercados y los potenciales clientes lo tienen en cuenta. Paradójicamente, eso debería favorecer, en el sentido de que muchos turistas que huyen precisamente de la masificación y prefieren sosiego y menos mundanal ruido, tienen al alcance una opción válida, a poco que ese destino mantenga unos mínimos de atracción.
La recesión que nos ha tocado vivir en esta primera década del siglo XXI restituye la estacionalidad, aconseja a algunos empresarios a dejar de operar. A fuentes de la patronal hotelera se las escuchado decir que la medida es una alternativa al reiterado descenso de precios que han venido realizando, lo cual repercute en la pérdida de prestigio. De esta conclusión, no se olvide, somos culpables todos, empezando por quienes han malbaratado los precios o no han sabido dar con fórmulas que permitieran combatir los planteamientos de los ‘turoperadores’ cuyo calificativo nos ahorramos para no echar más pimienta al pote en estas circunstancias.
Reaparece pues la temporada baja. O lo que es igual, sobran camas. Al menos, en un par de meses del año. Para un destino como el Puerto de la Cruz, el hecho debe ser analizado con rigor porque, en principio, se trata de un retroceso. Ya están la Administración y la iniciativa privada obligadas a dialogar y poner en marcha alternativas para superar ese vacío. Ya se pueden poner a pensar, un ejemplo, en la idoneidad de convocatorias y acontecimientos en estas fechas que actúen como reclamo, convenientemente programado y proyectado, no quince días antes, estilo compadre y en plan improvisación.
Algo deben hacer antes que aceptar resignadamente este cierre temporal que, por otro lado, no nos engañemos, siempre favorece a unos cuantos, en este caso a los que tienen unidades de explotación en otros núcleos turísticos o en otros destinos. Algo deben hacer porque el destino se resiente y porque la productividad, en su conjunto, merma. Y esto sí que es malo para todos.

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