Se cumplen hoy treinta años de las primeras elecciones locales tras la dictadura del general Franco. Merece recordarse la ilusión con la que se llegó y se vivió aquel 3 de abril de 1979. Una ilusión distinta, un ánimo participativo estimulado y diferente, unas ganas de sentirse dueño de los propios destinos como jamás antes se habían experimentado. Sin más experiencia de campañas electorales que las vividas en las legislativas de 1977, en el referéndum constitucional del año siguiente y de otras legislativas apenas un mes antes, España, pese a los rescoldos del antiguo régimen, viviía frenéticamente, con entusiasmo, aquellas fechas.
El paso, aquel 3 de abril, era significativo: elegir ayuntamientos democráticos. Casi nada. Decenas de partidos que concurrían. Centenares de candidatos, bisoños en su inmensa mayoría, poco o nada curtidos en lides democráticas, pero dispuestos a prestar servicios en la nueva hora de un país que, por fin, pudo subirse a un tres progreso y avence social.
La izquierda salió airosa de aquella cita en la que los registros de participación eran altísimos. Fue el primer aviso para la UCD y para los agentes conservadores.Per más allá de los resultados de entonces, estaba el significado de aquel paso, de aquella convocatoria que hizo efervescer las ciudades y los pueblos de España. Era unade las primeras pruebas para sabe cómo maduraba la democracia.
Ya nada sería igual en los núcleos de administración local, aquellos que tenían que ser los más cercanos a la ciudadanía, donde mucha gente no entraba o no acudía sencillamente porque tenía miedo o porque no sabía para qué servían.
Se inició entonces un larguísimo proceso de renovación y de reivindicación. Las viejas y obsoletas estrucuras eran un problema de funcionamiento. La condonación de las deudas era vital para que las haciendas municipales pudieran responder en la nueva era. Había que revisar nombres de calles, rehabilitar funcionarios, modernizar servicios... Tanto que hacer. Los plenos adquirieron relieve y trascendencia pública. Las páginas de los periódicos empezaron a entender la importancia de la información local.
Y al frente de instituciones democráticas, representativas de la sobranía popular, alcaldes y concejales en su mayorá inexpertos. Todo lo más, algunos sólo traían el bagaje que habían sumado en las asociaciones vecinales, calificadas entonces como auténticas escuelas de democracia. Algunos aprendieron muy pronto y al cabo de un año ya eran líderes políticos. Otros tuvieron una tarea más dura, como fue la de asimilar y aplicar los cambios en materias como la hacienda y los servicios sociales. Par muchos fue un cambio sustancial en sus vidas: dejaron trabajos, oficios y profesiones para dedicarse de lleno a la política. Y que ésta exigía dedicación.
Fue una etapa inolvidable aque primer mandato municipalista (1979-83). Un tiempo rico en experiencias, en vivencias políticas y sociales. Los ayuntamientos empezaron a ser otros y los ciudadanos entendieron muy bien que ese primer escalón de la política era esencial para cualquier cosa.
Esta entrada quiere ser, en esta fecha, un modesto homenaje a todos aquellos ediles de ese mandato, a los que la vena municipalista les marcó una parte de sus vidas. A todos aquellos que trabajaron con denuedo por su barrio, por su pueblo y por su ciudad. Cada quien, a su manera; pero todos con ganas y con un entusiasmo que hoy, sinceramente, se echa de menos.
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