lunes, 13 de abril de 2009

ANONIMATO Y MENSAJES

Los hay de todo tipo. En foros de diarios digitales, en programas televisivos. En la inmensa mayoría de los casos, anónimos y nombres supuestos o falsos. También seudónimos. La empresa propietaria o editora lo explicita: no se hace responsable de las opiniones, de los contenidos que aparecen.

Y claro, así las cosas, desde el anonimato es fácil insultar, vejar, injuriar y calumniar. Porque hay una sensación de impunidad absoluta. ¿Quién se va a preocupar de identificar? ¿Quién se mete en pleitos judiciales? ¿Quién, siendo destinatario de los improperios, está dispuesto a que sus representantes legales se pierdan en procedimientos que, entre otras cosas, van a contar con una dificultad inicial muy importante como es la casi segura imposibilidad de disponer de los elementos de prueba?
En algunas emisoras locales de televisión, el asunto desborda todos los límites imaginables. Es facilísimo atribuir un hecho a alguien que no lo realizó. Es moneda corriente calificar como delincuente, con nombre y apellidos, a quien ni siquiera está denunciado. Y claro, si los propietarios de la emisora o algunos telepredicadores a sus órdenes, recibiendo instrucciones, fomentan con un lenguaje tabernario a los espectadores y les incitan, pues el resultado es el que fácilmente se imaginan. Encima, muy prestos y diligentes, invocarán la libertad de expresión.
Hay que regular, dirá el lector, y en esas se está, aunque no será fácil. Por los vacíos legales y por la inmensidad del universo mediático y cibernético. Al tratar la evolución de la comunicación en nuestro modelo constitucional en ocasión del 30 aniversario de la Cartamagna, ya advertimos que Internet cuenta con una capacidad incontrolada de difusión que lo convierte en una herramienta potentísima a la hora de difundir tanto las noticias como los bulos, las adulaciones, los infundios y las injurias. O sea, una auténtica perversión. Y como los daños de opinión nunca pueden ser reparados pues… más difícil todavía.
En lo que concierne a los comentarios o frases de los lectores y telespectadores, la cantidad de mentiras, acusaciones e injurias que se vierte es inversamente proporcional a cualquier acción legal que no suponga, como quedó dicho, un camino muy tortuoso pues los autores no tienen la necesidad de identificarse y el medio no se hace responsable.La lucha contra el anonimato es uno de los valores en el ejercicio del buen periodismo. Ninguna opinión debe ser admitida en una redacción o en un programa cara al público si no se sabe quién la ha enviado, al igual que las cartas al director, a las que incluso se les corrige las faltas de ortografía.
Por eso, cabe reafirmarse: el periodismo, como cualquier otra profesión, lleva aparejado unas obligaciones éticas. Periodismo es verificación, contraste de fuentes, capacidad de relacionar los antecedentes con las consecuencias, dar oportunidad de defenderse… Hay que hacer todos los esfuerzos posibles por recuperar esos valores.Lo demás es zaherir, bazofia, abuso, materia deleznable. Así que si usted se ve afectado por uno de esos mensajes anónimos, déjelo, no haga caso, salvo que sea una cuestión de honor y ahí sí es verdad que se respeta la iniciativa. Pero siga el consejo: ni lo comente con sus íntimos. Que se evapore. Que pase al territorio del olvido. Y que con su pan se lo coman los desalmados.
(Publicado en el número 11, abril, de la revista TANGENTES)

No hay comentarios: