Los estudios de opinión que se vienen publicando en torno a las elecciones europeas del próximo 7 de junio confirman tendencias: son unos comicios aptos para castigar a los partidos gubernamentales o para abstenerse. Hay quien todavía cree que Europa queda lejos o que esto poco importa porque poco van a variar las cosas gane quien gane, pero tales consideraciones son erróneas o meras y débiles excusas: estamos ante una convocatoria de notable trascendencia dadas las circunstancias de recesión y otros factores que concurren en los países de la Unión Europea, lo que obliga a los ciudadanos a escoger, a posicionarse con claridad ante los dos modelos que se les ofrece: el conservador, fiándolo todo al mercado; y el progresista, más abierto a la solidaridad interinstitucional y a la solución conjunta de los problemas.
En Canarias se redujo considerablemente desde hace tiempo el debate comunitario, el debate unioeuropeísta, si se admite el vocablo, prácticamente ceñido al proteccionismo de nuestros cultivos, a algunas reivindicaciones, al mantenimiento del estatus, a la presencia en foros y organismos y a la defensa aislada y ocasional de las llamadas especificidades. Hasta los eurodiputados dejaron de interesar, mediáticamente hablando, y bastante han hecho con mantener alguna colaboración periodística o aparecer periódicamente en alguna tertulia televisiva, donde, por cierto, habrían de guiar al informador o moderador de turno, dados sus limitados elementos de información y conocimiento. Esta especie de vacío si acaso ha quedado compensado con la respetable y activa acción que vienen desarrollando colectivos y organismos, sociales y hasta científicos, que ven en las instituciones europeas la última esperanza de resolver contenciosos y de evitar decisiones que consideran dañinas o perjudiciales para el interés general. Han tenido que recurrir, en ese sentido, a algunos eurodiputados de grupos minoritarios para apoyar sus denuncias y para que se hicieran eco de las mismas.
Todo lo anterior no abona la tesis de la lejanía o de la indolencia ante el próximo 7-J. Al contrario: la Unión Europea representa un vínculo fundamental para Canarias en la época de la globalización y también de las incertidumbres, que no son pocas. Porque la recesión se traduce en índices crecientes de desempleo, en el aumento del coste de los alimentos, en el menor poder adquisitivo y en los mayores riesgos de pobreza. Si a estos hechos unimos otros a los que las islas no son ajenas como el cambio climático, las migraciones y la seguridad, nos encontramos con que es necesario afrontar políticas sensibles y globales o comunes para superar los desequilibrios y los problemas que van proliferando.
Para colmo, la crisis financiera prácticamente universal ha desnudado las debilidades de un mercado no regulado. La peor crisis crediticia que se ha conocido desde las primeras décadas del siglo pasado y el aumento de los precios de la energía y de los sustentos alimentarios obligan a medidas proactivas de transformación de la economía -a ver si se entiende de una vez que las inversiones en áreas prioritarios son decisivas-, vertebradas en torno a un eficaz sistema de cooperación. Tan eficaz como que la ciudadanía de las islas palpe eso de que la crisis conlleva también oportunidades.
De ahí la importancia de promover y gestionar, desde el Parlamento Europeo y desde todos los núcleos de decisión de las instituciones, una mejor cooperación para lograr que la globalización beneficie al conjunto de la población, sobre todo aquella que presente niveles más bajos de desarrollo o se vea afectada por factores como la lejanía, la insularidad y la fragilidad de sus estructuras productivas. Ojalá que esta crisis marque el final de una era de mercados mal regulados. Menos egoísmo, menos individualismo; más solidaridad, mejor aprovechamiento de la economía social de mercado en la que hay que seguir creyendo y trabajando.
Por eso, que nadie piense que lo del 7-J, en Canarias, es para desentenderse. Porque hay mucho en liza y tal como están las cosas, decantarse por un modelo o una concepción de cómo afrontar el futuro, es trascendente.
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