Como la vida está llena de paradojas, el Festival Internacional de Cine Ecológico y de la Naturaleza reaparece en el Puerto de la Cruz cuando los dos recintos de proyección existentes en la ciudad cerraron sus puertas hace unos meses. Eso: paradojas. Si el certamen sirve para estimular la reapertura o para que brote alguna idea alternativa, bienvenido.
El caso es que catorce años después recupera el gobierno local una convocatoria que, de haber tenido continuidad, hoy tendría una consolidación que le permitiría competir con otros festivales que recobraron prestigio tras sufrir también sus vacas flacas.
El Festival nace siendo Paco Afonso alcalde, cuando trabó amistad con Alfonso Eduardo Pérez-Orozco, uno de los ‘monstruos’ en el panorama de los cinéfilos y de los críticos cinematográficos del país. Alfonso, si la memoria no es infiel, debía andar con “La noche abierta”, un espléndido programa que hacía en Radio Nacional de España. Paco tuvo visión: el Puerto necesitaba un evento que, con carácter anual, sirviera de plataforma de proyección. El cine era una oportunidad excelente.
Muchos no lo vieron así, seguramente por la falta de experiencia, por el desconocimiento de la dimensión de un certamen cinematográfico o por creer que la frivolidad y la farándula iban a imponerse sobre la base seria de una causa: eran los ochenta del pasado siglo los años de la conciencia verde, del descubrimiento de la ciencia ecológica, de la sensibilización por el medio ambiente y por los recursos naturales.
Hasta que no cuajó una cierta cultura cinematográfica -de festivales, sobre todo-, hasta que no se comprobaron los efectos de la crítica especializada, hasta que el empresariado turístico local no comprobó que el certamen era la convocatoria que el municipio podía esgrimir para seguir captando mercados turísticos, el festival tuvo hasta dificultades de subsistencia.
Personas como María Dolores Pelayo, Daniel Duque o José María González de Sinde hicieron auténticos esfuerzos para que “el festival de Canarias” -como terminaron acuñando las gentes del cine- cristalizara como espléndida y respetuosa realidad y alcanzara su mayoría de edad para navegar con solvencia en el mundo cinematográfico.
Alfonso se valió de Pedro Bellido, Antonio Santana Sánchez, Ceferino Piñas y de otros colaboradores que sortearon no pocas dificultades para asegurar la presencia de la industria, de actores, actrices y directores relevantes. La miopía de una parte de los medios locales a la hora de tratar el certamen dejó paso a planteamientos más ajustados y mejor enfocados. Desaparecieron algunos clichés, se hizo hincapié en la programación de actividades paralela a las proyecciones, con un carácter científico y cultural de estimable nivel, se debatió sobre la idoneidad de las fechas, se buscó el órgano de gestión más apropiado y se logró que el Festival gozara de respaldo y reconocimiento de la crítica.
Se trataba de que el público portuense, que siempre presumió de entender de cine, se identificara con el certamen, la hiciera suya y la cultivara a sabiendas de que el éxito dependía en buena medida de su actitud.
Muchos nombres, personajes prestigiosos, dieron vida al Festival. Expertos y profesores se interesaron por sus contenidos y admitieron que el cine era un formidable vehículo para la difusión de sus estudios y mensajes. Representantes de plataformas cívicas, iniciadoras de las actuales redes de ciudadanía. Títulos de renombre… Cuando ya la cosa estaba firme, llegó la incomprensión y un cierto afán de destruir y la enterraron. Porque era lo más fácil. La alternativa, una especie de performance de investigación tecnológica e informática, no cuajó.
Ahora que recuperan el Festival, que se recobre también la historia de trece ediciones que son el mejor aval para saber cómo conducirse ante el futuro y volver a engrandecerlo.
Suerte.
El caso es que catorce años después recupera el gobierno local una convocatoria que, de haber tenido continuidad, hoy tendría una consolidación que le permitiría competir con otros festivales que recobraron prestigio tras sufrir también sus vacas flacas.
El Festival nace siendo Paco Afonso alcalde, cuando trabó amistad con Alfonso Eduardo Pérez-Orozco, uno de los ‘monstruos’ en el panorama de los cinéfilos y de los críticos cinematográficos del país. Alfonso, si la memoria no es infiel, debía andar con “La noche abierta”, un espléndido programa que hacía en Radio Nacional de España. Paco tuvo visión: el Puerto necesitaba un evento que, con carácter anual, sirviera de plataforma de proyección. El cine era una oportunidad excelente.
Muchos no lo vieron así, seguramente por la falta de experiencia, por el desconocimiento de la dimensión de un certamen cinematográfico o por creer que la frivolidad y la farándula iban a imponerse sobre la base seria de una causa: eran los ochenta del pasado siglo los años de la conciencia verde, del descubrimiento de la ciencia ecológica, de la sensibilización por el medio ambiente y por los recursos naturales.
Hasta que no cuajó una cierta cultura cinematográfica -de festivales, sobre todo-, hasta que no se comprobaron los efectos de la crítica especializada, hasta que el empresariado turístico local no comprobó que el certamen era la convocatoria que el municipio podía esgrimir para seguir captando mercados turísticos, el festival tuvo hasta dificultades de subsistencia.
Personas como María Dolores Pelayo, Daniel Duque o José María González de Sinde hicieron auténticos esfuerzos para que “el festival de Canarias” -como terminaron acuñando las gentes del cine- cristalizara como espléndida y respetuosa realidad y alcanzara su mayoría de edad para navegar con solvencia en el mundo cinematográfico.
Alfonso se valió de Pedro Bellido, Antonio Santana Sánchez, Ceferino Piñas y de otros colaboradores que sortearon no pocas dificultades para asegurar la presencia de la industria, de actores, actrices y directores relevantes. La miopía de una parte de los medios locales a la hora de tratar el certamen dejó paso a planteamientos más ajustados y mejor enfocados. Desaparecieron algunos clichés, se hizo hincapié en la programación de actividades paralela a las proyecciones, con un carácter científico y cultural de estimable nivel, se debatió sobre la idoneidad de las fechas, se buscó el órgano de gestión más apropiado y se logró que el Festival gozara de respaldo y reconocimiento de la crítica.
Se trataba de que el público portuense, que siempre presumió de entender de cine, se identificara con el certamen, la hiciera suya y la cultivara a sabiendas de que el éxito dependía en buena medida de su actitud.
Muchos nombres, personajes prestigiosos, dieron vida al Festival. Expertos y profesores se interesaron por sus contenidos y admitieron que el cine era un formidable vehículo para la difusión de sus estudios y mensajes. Representantes de plataformas cívicas, iniciadoras de las actuales redes de ciudadanía. Títulos de renombre… Cuando ya la cosa estaba firme, llegó la incomprensión y un cierto afán de destruir y la enterraron. Porque era lo más fácil. La alternativa, una especie de performance de investigación tecnológica e informática, no cuajó.
Ahora que recuperan el Festival, que se recobre también la historia de trece ediciones que son el mejor aval para saber cómo conducirse ante el futuro y volver a engrandecerlo.
Suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario