Hoy es fiesta pero no tanto. O no debería ser tanto. Hoy se celebra algo pero las circunstancias frenan o condicionan ambientes lúdicos o festivos.
De todos modos, el significado del 1º de mayo adquiere relevancia en tiempos como los que discurren, cargados de zozobra e incertidumbre en muchas empresas, en muchas familias, en muchos trabajadores. Es la hora de la reivindicación pero también de la solidaridad. Es la fecha de la conciencia, de la sensibilidad.
No está el horno para bromas, así que nadie haga juego de palabras. Son dichosos los que conserven el empleo mientras la crisis golpea duramente y se lleva por delante a quienes no pueden resistir las consecuencias del final del capitalismo financiero.
Buena parte del mundo -ahora inquieta por el alcance de otro virus invisible, el de la gripe que espera ser bautizada- aguarda soluciones de gobiernos de todo signo político. Ha palpado que no hay varitas mágicas y ahora transita por el crudo realismo de las carencias. Los expertos siguen estudiando mientras los demagogos hacen su agosto repartiendo culpas a tutiplén.
Y aquí está el 1º de mayo, con su simbolismo, con su significado. Una parte de la clase obrera -ya ven: volvemos a hablar de ella- se había olvidado o lo había marginado. Tiempos de opulencia o de vacas gordas. Ahora que corren malos tiempos y por fin se ha entendido que no hay que derrochar, se retorna a las esencias de una fecha, no en busca de una panacea sino a la espera de que haya más conciencia.
Los trabajadores tienen la palabra. Pero no es una frase hecha: es para que entiendan de una vez que sólo produciendo se logran avances sociales. Y que nadie les regalará nada.
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