jueves, 5 de enero de 2012

PATIO REVUELTO

Aunque parezca redundante, en épocas de déficit toica hablar de deuda. Ahora toca hacerlo de la deuda autonómica: los reajustes, de aquí, de allá y de todas partes, están haciendo que afloren todas las cuentas en rojo y todas las obligaciones que hay que asumir.
Valencia es el último caso. Las cifras que se van conociendo revelan, cuando menos, una gestión desastrosa. Eso sí que es derrochar o, si se prefiere, no administrar adecuadamente los recursos públicos. Claro, llega un momento en que la situación es insostenible y no hay para la nómina de los funcionarios o para cumplir con las farmacias, por poner un ejemplo.
Durante años se ha llamado histórica a la deuda autonómica. Y servía como arma política recurrente: si algo fallaba en territorio propio, la culpa era del Estado, que no paga o se ha retrasado. Ahora, cuando ha sido necesario conjugar el verbo recortar en todos sus modos y en todos sus tiempos, hay que encararla de otra manera. Hay que volver a replantearse el sistema de financiación de las Comunidades Autónomas y establecer un apropiado mecanismo de control y fiscalización del gasto presupuestario, válido para todas las comunidades.
Valencia, según se ha sabido, es la comunidad más endeudada de España, casi el 20 por ciento de su Producto Interior Bruto (PIB). Todas, modulaciones políticas al margen, empiezan a sentirse asfixiadas pues faltan estímulos económicos para el crecimiento.
Patio revuelto, desde luego.

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