jueves, 19 de enero de 2012

¡SEÑORÍA!

No es que a estas alturas se vaya uno a asombrar de palabras soeces, de tacos, insultos y exabruptos que circulan en medios y foros casi a galope tendido. Eso no es lenguaje de la calle, desde luego, pero que termine residenciado casi como tal en el curso de entrevistas, comentarios, soliloquios y peroratas, da idea del nivel con que se está empleando el lenguaje, precisamente en los lugares menos apropiados.
No, no: ni escándalo ni pasmo pero admitamos que, dichos por un juez, algunos vocablos y determinadas expresiones son, cuando menos, malsonantes. Pero, en el fondo, absolutamente reprobables. Bueno, absolutamente tampoco: a Su Señoría, al autor de tan “edificante” verbalización -y no queda más remedio que entrecomillar el adjetivo-, le han impuesto una sanción de tres mil euros, que ya sabemos es el precio que hay que pagar por llamar putas a las madres solteras, gentuza a los inmigrantes, vagas a las secretarias de su juzgado y maricones a los cónyuges de los matrimonios de homosexuales.
¡Cómo serán esas sentencias si ésta es la terminología que usa! Porque un magistrado no es una persona cualquiera, por muy díscolo, por valentón y por muy extravagante que sea o quiera ser. De un profesional que ha de ser en todo momento imparcial y ecuánime, que ha de administrar justicia, se tiene que esperar otra cosa. Qué esperar: se tiene que exigir otra cosa, nada que ver con los epítetos utilizados por un inefable juez de Murcia a quien la comisión disciplinaria del Consejo General del Poder Judicial ha aplicado esa sanción pecuniaria para despachar el asunto, aquí paz y en el cielo gloria.
Con todos los respetos: es que la multa no es nada ejemplarizante. Al contrario, mucho hay que temer que sea el clásico banderín de enganche de nuevas hazañas o tropelías dialécticas. Es de lo que presumen algunos que, sin ser jueces sino simples mortales que tienen la fortuna de manifestarse en algún sitio público, sueltan denuestos y venablos en la más absoluta impunidad. Total, si por este adjetivo me condenan a ínfima cantidad, puedo seguir insultando y diciendo groserías.
Y eso que la determinación del Consejo significaba que el magistrado de marras (perdón, Señoría) había cometido una falta grave. Desde luego, no parece que la gravedad se corresponda con la sanción aplicada. Emplear los términos antedichos para referirse a madres solteras, inmigrantes, funcionarias y homosexuales revela, cuando menos, ciertos prejuicios que son impropios para ejercer la judicatura.
Es muy probable que el juez sancionado (¿levemente?) no tenga familiares ni parientes lejanos pertenecientes a los colectivos que ha intentado -sin lograrlo- denigrar y continúe, maza en mano, velando por la pureza de la raza, sin importarle los métodos. Y seguro que, henchido de dialéctica vil y tabernaria, seguirá, presuntuoso, ufanándose de haber llamado a las cosas por su nombre.
Si leyera a Ortega, lo entendería fácilmente: “No es esto, no es esto”.


(Publicado en Tangentes, número 42, enero 2012)

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