lunes, 30 de enero de 2012

TEMPLO RADIOFÓNICO

En los años de infancia y juventud, cuando brotó la vocación, siempre estaba Radio Nacional de España. Hasta en alguna travesía del Atlántico apareció Radio Nacional de España que, días pasados, ha cumplido setenta y cinco años, tres cuartos de siglo en el aire, que se dice fácil, un auténtico templo radiofónico cuya cobertura, su expansión, sus voces, sus nombres fueron determinantes en muchos de nuestros hábitos, en los usos sociales de tantos y españoles. Sus señales horarias, las del Observatorio Astronómico de Madrid, eran una guía hasta para entrar a clase o comenzar las misas, cuando el reloj de la iglesia anda averiado. Y la exactitud en el comienzo de los programas, como Radiogaceta de los deportes, ocho y media de la tarde/noche hora canaria, para estar al corriente de la actualidad, o el Diario hablado, con su peculiar sintonía que memorizábamos en silbidos alargados, al mediodía o por la noche, para señalar el almuerzo o recogerse tras cerrar la puerta del zaguán. Lo llamaban, lo llamábamos “el parte”. Era la hora en que no se escuchaba otra cosa. En el vetusto Philips de la sala o en el transistor venido de América o comprado en los indios, daba igual, allí, a esas horas, estaba Radio Nacional de España.


Tiempos de incertidumbre, de ataduras, corsés y lenta evolución social, de ignorancia de tantas cosas, de rigideces y de comedidas aperturas. Tiempos de radio, fiel compañera para entretener, amenizar y compartir horas de tarea y estudio. Hasta que llegó la televisión y parecía que aquella magia que no entendía de distancias se evaporaba. No sucedió así porque baluartes como el de Radio Nacional y la imparable expansión tecnológica -la frecuencia modulada significó un salto extraordinario- así como las progresivas conquistas de la radiodifusión privada contrastaron las capacidades de un medio cuyo valor era enormemente apreciado en gestas deportivas o sucesos como el terremoto venezolano de los años sesenta del pasado siglo.


Nació en Salamanca, en el fragor de la metralla y las bombas de la guerra incivil, con tecnología alemana prestada o donada. Se convirtió entonces en otro recurso bélico y luego, como no podía ser de otra manera, en un instrumento propagandístico del régimen preconstitucional. Radio Nacional fue, durante décadas, la conexión con el mundo. Fue, en una oferta muy limitada en el dial, sencillamente, la radio. Así la identificamos miles de españoles muchos, muchos años.


En las plazas, o cerca de algún vehículo, seguimos transmisiones célebres, como las confrontaciones de Real Madrid y Barcelona en las primeras copas de Europa. O aquella final de Copa Davis en Australia, madrugada en España. Nos fuimos amoldando a programas como España a las 8, conducido por Victoriano Fernandez Asís; nos entusiasmábamos, junto a la abuela, con Teatro invisible y nos fuimos haciendo con nombres que se unían al del maestro Matías Prats: Enrique Mariñas, Martín Navas, Elena Francis y Jesús Alvarez. Después se añadirían los de Juan María Mantilla, con sus Novedades musicales Marinieves Romero, Herminio Verdú y Eduardo Sotillos, que hacían Para vosotros, jóvenes; Iñaki Gabilondo, Luis del Olmo que popularizó De costa a costa y Protagonistas; Alejo García, el hombre que anunció la legalización del Partido Comunista de España en aquel sábado santo al que, por tal motivo, adjetivaron rojo; Carlos Tena y Manolo Ferreras. En la memoria también se almacenan otros títulos de programas, auténticas celebridades radiofónicas, El loco de la colina, Tardes de verano, La barraca, Tiempos modernos y Clásicos populares.


Hemos seguido de cerca sus procesos de expansión, sus nuevas instalaciones y sus avances tecnológicos. Hemos vivido la absorción de RadioCadena Española. Y cómo fueron cambiando los indicativos: del Centro Emisor del Atlántico a Radio Nacional de España-Radio 1. Hoy, al cabo de setenta y cinco años en el aire, con su plataforma multimedia, su vocación de servicio público, su pluralismo probado y con profesionales de postín, sigue siendo un templo radiofónico.

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