Aún se le puede ver, junto a sus hermanos,
caminando por las calles portuenses, de Punta Brava (donde reside) a Martiánez
y viceversa, correspondiendo a las decenas de saludos y manteniendo las
conversaciones que entabla, casi todas futboleras, evocadoras de un pasado en
el que tuvo cierto protagonismo.
Porque
primero fue jugador, sin prodigarse, y luego destacó como entrenador,
especialmente de juveniles e infantiles. Todos creíamos que podía llegar más
lejos pero lo cierto fue que se estancó. Le gustaba trabajar con la base, la
prefirió antes que dar el salto a categorías superiores y tratar de asumir
otras responsabilidades.
José
Galindo Ríos, Pepe Galindo, en cierto modo un popular personaje del fútbol
local, en el que destacó por numerosas anécdotas. Y también por su carácter
afable, por su predisposición a dedicar horas y horas a la formación de quienes
soñaban jugar en el primer equipo de Puerto Cruz, cuando éste andaba por la
Preferente o el grupo canario de Tercera división.
Los
chicos, sus discípulos, casi terminaban tomándole el pelo, pero él se dejaba
querer y participaba en una armoniosa relación que sustanciaba el espíritu de
equipo que debe caracterizar toda formación futbolera. Galindo, ante todo, era
un deportista y procuró inculcar esos valores a cuantos enseñó a desenvolverse
en una cancha y en un colectivo. En el fondo, dicho ahora con perspectiva, era
consciente de sus limitaciones pero empleaba todo su saber con ganas y con
deseos de contribuir a la formación deportiva de los jugadores.
Le
vimos jugar muy poco. De defensor central, al que no gustaba despejar alocada o
contundentemente. En un equipo llamado Pérez Galdós y en algún equipo de
hostelería o aficionados. Después entrenó a varios juveniles, entre ellos los
principales filiales de varias temporadas. Con el Juvenil Puerto Cruz, en
efecto, logró varios títulos y estimables niveles de juego, favorecido sin duda
por las generaciones de futbolistas que tuvieron continuidad. Era un habitual
de El Peñón y opinaba con soltura de cuanto veía. Que no era poco, por cierto.
Ya
en edad madura hubo de sustituir al entrenador del primer equipo. Alguna
vacante por ausencia o dimisión. Teóricamente era su gran oportunidad. Se
trataba de acreditar lo que había atesorado en categorías inferiores. Pero no
hubo suerte: no era igual. Ni los niveles de exigencia eran los mismos. Puso el
mismo entusiasmo de siempre, le animaron, pero el papel ya no era el mismo.
Tuvo
Pepe Galindo siempre un carácter distendido. Por eso fue protagonista de
algunas anécdotas y situaciones que aún hoy son recordadas -principalmente por
quienes fueron sus discípulos- con agrado y digresión. Incluso, por repetidas,
se han convertido en elementos recurrentes de conversación, no importa el
tiempo ni el lugar.
Algunos
dichos terminaron siendo célebres. Los chicos los repiten con complacencia
generalizada. “Camisetas y medias primero”, dicen que dijo en cierta ocasión
preparándose en el vestuario, en cuanto al método de equiparse. “Los interiores
nuestros marcan a los interiores de ellos y no hablo más porque perdemos el
partido”, explicó con brevedad la táctica a seguir ante un rival inferior. “Pepe
Galindo y la temporada venidera”, fue un titular de prensa que alguien le
repetía incesantemente. “Menos mal que hemos ganado en este campo maldito. No
sé ni cómo le llaman La Suerte”, afirmó en voz alta en la Cruz Santa, una plaza
que se le resistía.
Los
chicos le respetaron. Y cuando llegó la hora de la retirada, no fue necesario
empujarle: él dio un paso, consciente de que su ciclo tenía un punto final. Se
fue alejando poco a poco, cumpliendo responsablemente como operario municipal
temporal y contemplando el fútbol casi exclusivamente con acento nostálgico.
Un
buen elemento Galindo.
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