Ya de por sí es grave
que el Partido Popular (PP) despache la última declaración de Luis Bárcenas
ante el juez con una escueta declaración en la que se limita a recordar que ya
no pertenece a la organización. Cierto que el asunto -ni más ni menos que la
financiación del partido gubernamental- está en vía judicial y cuanto menos se
oree mediáticamente, mejor, que bastante hay ya con los testimonios como para,
encima, tener que interpretarlos. En este caso, a poco más de un mes de una
cita con las urnas, preferible ser dueños de los silencios antes que esclavos
de las propias palabras.
Pero es que Bárcenas ha confesado que es él quien recibe
las claves de la contabilidad del PP de manos de Rosendo Naseiro que sabe
mucho, si recuerdan, de pruebas (grabaciones) destruidas. Las claves son las de
la administración en B, o sea, la que se hace para finalidades espurias, la
contabilidad alternativa a la que, según todos los indicios, se dio un uso más
allá de para ir tirando. Fue el mismo Naseiro quien le hizo entrega de las
llaves de la caja fuerte donde se guardaba el dinero B.
Y esa confesión, a la espera de lo que decida el juez, es
muy delicada, muy apremiante a estas alturas de la película, del ‘Barcenasgate’
cuyas gargantas profundas deben seguir muy acoquinadas. No es para menos.
Porque de esa declaración judicial del ex tesorero se desprende que la
organización, desde el punto de vista financiero, funcionaba con un sistema bien ensamblado y que era de
aplicación en sus estructuras territoriales, incluso las municipales. A medida
que se tire de la madeja, se supone que se conocerán más conexiones y más
prácticas poco ortodoxas. En ese sentido, no tiene mucho margen de maniobra el
PP, de ahí que se aferre al silencio o a las obviedades aplastantes para
intentar que no salpique más de lo que ya hace ese auténtico tsunami político
que, para más inri, tiene su núcleo entre rejas.
La izquierda parlamentaria coincide a la hora de señalar
que la situación es insostenible e inviable, especialmente para el presidente
del Gobierno del que alguna vez, por cierto, se conocerá cuál era “alguna cosa”
que exceptuó de aquellas primeras revelaciones conocidas que tuvieron amplio
tratamiento mediático, después de saberse lo de las cuentas en Suiza y otras
entrecomilladas bagatelas. Claro que es grave que hubiera una caja paralela
poco menos, según se ha publicado, en cada terminal provincial de la
organización. De no probarse lo contrario, las apariencias de financiación
irregular empezarán a dejar de serlo. No es de extrañar, en consecuencia, que
hayan vuelto a pedir la dimisión del presidente.
Entonces, el PP se dará cuenta de que no puede seguir
mirando a otro lado ni encomendarse a la resignación benedictina ni refugiarse
en la desmemoria colectiva, en la identificación de sus fieles y ni siquiera en
la indolencia política de lo que el propio presidente del partido llamó mayoría
silenciosa. El PP es consciente de que el PSOE ya pagó en las urnas aquellos
casos en que se saltó normativas contables y se financió saltándose algunos
cánones. Las circunstancias de ahora, de los tiempos que corren, son mucho más
exigentes; y por lo tanto, su respuesta no puede ser tan tibia como se
desprende del lacónico despacho ceñido a la no pertenencia a la organización de
ciertos personajes.
Lo malo para Rajoy es ver cómo demuestra que lo que se
hacía intramuros, desde el punto de vista contable y financiero, no era con su
consentimiento ni con su beneplácito.
Pero, primero: a ver cómo resuelve el juez Ruz.
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