martes, 1 de abril de 2014

DE FUENTES, AGRESIONES Y LIBERACIONES

La liberación de Javier Espinosa y Ricardo García Vilanova, los periodistas españoles del diario El Mundo secuestrados en Siria durante más de seis meses, llenó el domingo de una inusitada alegría no solo en su redacción sino en todos los ámbitos periodísticos y entre sus familiares. Era el punto final a un largo período de incertidumbre, de desconocimiento de la suerte que habían corrido quienes habían escogido un escenario bélico, uno más, para contar el ardor y las atrocidades.
            Hay que congratularse de la noticia, naturalmente, sobre todo después de otros hechos ocurridos durante la semana que tuvieron también en la órbita de la comunicación unas destacadas referencias, algunas nada gratificantes.
            En Madrid, por ejemplo, se registraron algunas agresiones policiales a reporteros que cubrían manifestaciones de protesta. Efectivos antidisturbios, en efecto, llegaron a amenazar, persiguieron y empujaron a informadores, redactores y gráficos, que estaban allí para ver qué sucedía y contarlo. Es decir, cumplían con su deber. Hay pruebas videográficas de lo ocurrido, pruebas que ponen de relieve el riesgo de estos cometidos profesionales. Cierto que aún estaban frescas las secuelas del final de las denominadas ‘Marchas por la dignidad’ -¿a quién interesaba que las reventaran, con aquella violentísima y deplorable terminación?- y podía pensarse, por tanto, que un nuevo escenario de escarceos, golpes, enfrentamientos y quebrantos se iba a desarrollar; pero ello no significaba que eran los representantes de los medios de comunicación quienes habrían de pagar los vidrios rotos, nunca mejor empleada la tópica expresión. A este paso, los periodistas van a ser vistos, en manifestaciones o concentraciones, como enemigos. Peligro.
            Y como no hay dos sin tres, un suceso que terminó no siéndolo en las cercanías de la costa sur de Gran Canaria, un avión flotaba sobre el mar, encendió nuevamente el debate de la inmediatez y del papel de las redes sociales. Aunque esta vez no puede culparse a medios o periodistas concretos que, en todo caso, ante la magnitud del hipotético suceso, hicieron  lo que debían: tratar de confirmar lo que se decía había ocurrido en fuentes oficiales. Éstas ya habían activado los resortes de cierta difusión, después de las llamadas recibidas y las transmisiones de información efectuadas, por lo que durante un tiempo, con la ansiedad propia de estos casos, se trabajó sobre el insólito hecho de un avión (omitamos los detalles) que flotaba en el mar. La controversia, cuando se comprobó la realidad del buque que remolcaba, estaba servida. Queda el consuelo de saber -si así puede denominarse- que los protocolos y la puesta en marcha de los dispositivos fueron activados de inmediato.
            De este caso, un apartado: el de la inmediatez o instantaneidad de las que nos henos ocupado en algún comentario anterior. Está claro que, de haber sido cierta, esta noticia es de las que hay que transmitirla, sobre todo por las consecuencias que hubiera tenido. Y quienes están en el trance de ofrecerla, entre apremios, trataron de verificarla en fuentes oficiales, es decir, entre quienes se supone que estaban en condiciones de decir sí o no, de qué se trata, cuándo y en qué punto. Llámese negligencia o malentendido, lo cierto es que se dio lugar a una situación insólita y hasta ridícula. Aunque nadie la hubiera deseado, desde luego.
            Sostienen periodistas y directores veteranos que la noticia hay que contrastarla al menos por tres fuentes diferentes. Leopoldo Fernández, ex director de Diario de Avisos, por ejemplo, cuenta que en etapa de Europa Press, anticipó en noviembre de 1975 la noticia del fallecimiento de Franco. Al instante recibió una llamada del ministro León Herrera: “Te has precipitado. El caudillo está aún vivo”, le dijo. Fernández refutó: “Lo siento ministro pero tengo tres fuentes donde puedo confirmarlo”. Y por ello transmitió el teletipo.

            Habrán cambiado la tecnología y las circunstancias pero la esencia noticiosa sigue obligando a respetar ciertos cánones, por mucha premura y por mucha instantaneidad que tienten o parezcan obligar a destaparla.   

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