martes, 22 de abril de 2014

GARCÍA MÁRQUEZ, PERIODISMO DE URGENCIA

Armando Marcos, siempre atento al buen retrospecto mediático en su placentera jubilación, nos envía una nota publicada en la edición digital de El Colombiano, titulada, con la firma de Juan José Hoyos, “El primer reportaje de Gabriel García Márquez”, escrito poco después de una tragedia ocurrida en Medellín, cuando, en julio de 1954, un alud de tierra sepultó a más de setenta personas.
            La leemos, qué casualidad, poco después de la redifusión de Informe Semanal (TVE-1), que dedica un amplio espacio a la vida, significado y alcance de la obra de del mítico Gabo, que aparece, en determinado momento, glosando la importancia del reportaje como género periodístico. Lo hace en términos casi de reivindicación. Explica brevemente sus valores, los que permiten al autor imaginar, siempre a partir de la vivencia real. El arte de narrar. En el reportaje de Hoyos, se señala que García Márquez, se acordó entonces de unas palabras de su amigo Álvaro Cepeda Samudio que eran toda una lección: “El periodismo es literatura de urgencia. Y el reportaje necesita un narrador esclavizado a la realidad”.
            El autor colombiano, autodefinido como “reportero raso”, debió escribir un reportaje que hacía honor a los principios que luego caracterizaron su densa obra, periodística y literaria. Los definió muy bien el escritor mexicano Carlos Monsiváis, cuyas apreciaciones fueron recogidas en el extra de treinta y dos páginas que el diario español El País dedicó a la figura del “maestro universal”: “…Gracias a la belleza del idioma (la perfección de su sonido, la sucesión de frases inmejorables) –escribe Monsiváis- los hechos adquieren otro relieve, son los relatos que si no se dan con esas palabras se convierten en algo distinto”.
            El envío de Armando Marcos, además, hizo que rebuscáramos casi dos horas en la desordenada biblioteca en busca de un libro titulado Cuando era feliz e indocumentado, editado por Plaza y Janés para la colección Rotativa y que nos costó cien pesetas de 1978. Discutimos sobre el título con Juan Manuel García Ramos en la balconada del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz en ocasión de la conmemoración de un 12 de octubre. El volumen, que felizmente apareció, recoge algunos de los reportajes escritos por Gabriel García Márquez cuando, entre 1957 y 1959, ejerció el periodismo. En aquella época en que era “joven, feliz e indocumentado”. Uno de los reportajes, por cierto, se titula “Caracas sin agua”, un escalofriante relato de las consecuencias de una sequía que afectó seriamente a la capital venezolana en junio de 1958. “En las calles, las ratas mueren de sed”, escribe el autor colombiano. El final del relato es, sencillamente, delicioso: Samuel Burkart, su protagonista, un ingeniero alemán que trabajaba en Caracas, dormía y soñaba que su barco entraba en Hamburgo con la gritería de los muelles:
            “Entonces despertó sobresaltado. Sintió, en todos los pisos del edificio, un tropel humano que se precipitaba hacia la calle. Una ráfaga, cargada de agua tibia y pura, penetró por su ventana. Necesitó varios segundos para darse cuenta de lo que pasaba: llovía a chorros”.
            Está claro: el arte de narrar, periodismo de urgencia, el reportero raso… Y el narrador esclavizado a la realidad.

            

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