Armando Marcos, siempre atento al buen retrospecto mediático
en su placentera jubilación, nos envía una nota publicada en la edición digital
de El Colombiano, titulada, con la
firma de Juan José Hoyos, “El primer reportaje de Gabriel García Márquez”,
escrito poco después de una tragedia ocurrida en Medellín, cuando, en julio de
1954, un alud de tierra sepultó a más de setenta personas.
La leemos,
qué casualidad, poco después de la redifusión de Informe Semanal (TVE-1), que dedica un amplio espacio a la vida,
significado y alcance de la obra de del mítico Gabo, que aparece, en determinado momento, glosando la importancia
del reportaje como género periodístico. Lo hace en términos casi de reivindicación.
Explica brevemente sus valores, los que permiten al autor imaginar, siempre a
partir de la vivencia real. El arte de narrar. En el reportaje de Hoyos, se
señala que García Márquez, se acordó entonces de unas palabras de su amigo
Álvaro Cepeda Samudio que eran toda una lección: “El periodismo es literatura
de urgencia. Y el reportaje necesita un narrador esclavizado a la realidad”.
El autor
colombiano, autodefinido como “reportero raso”, debió escribir un reportaje que
hacía honor a los principios que luego caracterizaron su densa obra,
periodística y literaria. Los definió muy bien el escritor mexicano Carlos
Monsiváis, cuyas apreciaciones fueron recogidas en el extra de treinta y dos páginas que el diario español El País dedicó a la figura del “maestro
universal”: “…Gracias a la belleza del idioma (la perfección de su sonido, la
sucesión de frases inmejorables) –escribe Monsiváis- los hechos adquieren otro
relieve, son los relatos que si no se dan con esas palabras se convierten en
algo distinto”.
El envío de
Armando Marcos, además, hizo que rebuscáramos casi dos horas en la desordenada
biblioteca en busca de un libro titulado Cuando
era feliz e indocumentado, editado por Plaza
y Janés para la colección Rotativa
y que nos costó cien pesetas de 1978. Discutimos sobre el título con Juan
Manuel García Ramos en la balconada del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz en
ocasión de la conmemoración de un 12 de octubre. El volumen, que felizmente
apareció, recoge algunos de los reportajes escritos por Gabriel García Márquez
cuando, entre 1957 y 1959, ejerció el periodismo. En aquella época en que era
“joven, feliz e indocumentado”. Uno de los reportajes, por cierto, se titula
“Caracas sin agua”, un escalofriante relato de las consecuencias de una sequía
que afectó seriamente a la capital venezolana en junio de 1958. “En las calles,
las ratas mueren de sed”, escribe el autor colombiano. El final del relato es,
sencillamente, delicioso: Samuel Burkart, su protagonista, un ingeniero alemán
que trabajaba en Caracas, dormía y soñaba que su barco entraba en Hamburgo con
la gritería de los muelles:
“Entonces
despertó sobresaltado. Sintió, en todos los pisos del edificio, un tropel
humano que se precipitaba hacia la calle. Una ráfaga, cargada de agua tibia y
pura, penetró por su ventana. Necesitó varios segundos para darse cuenta de lo
que pasaba: llovía a chorros”.
Está claro:
el arte de narrar, periodismo de urgencia, el reportero raso…
Y el narrador esclavizado a la realidad.
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