Se
despide agosto con Mariano Rajoy en la tribuna para intentar ser
investido presidente del Gobierno. Los apoyos no suman (pacto con
Ciudadanos y apoyo explícito de Coalición Canaria igual a ciento
setenta diputados) pero lo va a intentar. Debe ser la crónica de una
investidura frustrada, como fue la de Pedro Sánchez que, en
parecidas circunstancias, también incursionó sin fruto.
De
modo que el adiós vacacional o veraniego se produce en medio de una
búsqueda de gobernabilidad que no despierta mucho entusiasmo que
digamos en el personal. Pero es la primera asignatura. Otros años, a
estas alturas, se hablaba de reanudación del curso político y se
trazaban perspectivas de los asuntos pendientes. Hasta se hablaba de
otoño caliente. Esta vez, ni eso. No hay gobierno y eso es en lo que
hay que afanarse, sobre todo porque hay elecciones próximas en
Euzkadi y en Galicia y no se pueden perder de vista sus resultados
para movimientos tácticos futuros.
Si
los resultados son los previsibles para la primera votación, la
agitación abstencionista para la segunda, con especulaciones de todo
tipo desde el ámbito mediático, será considerable. Y si la
traducción en votos no altera el producto, estaremos donde
estábamos, para desespero generalizado. El debate entonces será
otro: cuándo las nuevas elecciones.
Pero
no adelantemos demasiado. Entre otras cosas porque habrá que
preguntarse si serán con los mismos candidatos.
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