viernes, 26 de agosto de 2016

MADOZ

“En la fotografía de Madoz, nunca nada es lo que parece”, escribe Alfonso Domínguez Lavín. Y en efecto, la exposición de treinta y siete obras que está siendo uno de los grandes acontecimientos del verano en el Puerto de la Cruz (Chema Madoz XXI, sala de CajaCanarias Fundación) y que puede contemplarse hasta el próximo 2 de octubre, refleja, en blanco y negro, las composiciones de una imaginación que vuela alto, traspasando todos los límites conceptuales. Parece, pero no es.
         Cualquier objeto le vale a Madoz con tal de combinar, superponer, engranar, ensamblar o trabar, hasta hacer que funcionen los resortes de la inteligencia del espectador. Los que hagan ver que todo es posible sin tener por qué interpretar una contraposición. Surrealismo puro. Borja Casani lo explica en el catálogo: “Madoz trabaja con el sentido de las cosas desplazando el lenguaje natural de los objetos hasta descubrir un nuevo orden, una nueva verdad simbólica que produce por contraste un impacto perceptivo”.
         Así, una taza de café cuyo fondo es el cabezal de un desagüe de fregadero o un reloj de muñeca cuya correa son rieles de una vía férrea o un imbornal convertido en birrete o los elepés como platos de batería convencional o la torre Eiffel como tacón alto de un zapato femenino o la nube enjaulada en el firmamento o un arco construido con libros significan imaginativos alardes concatenados de ese lenguaje fotográfico que percibimos con sorpresa inicial hasta discernir el sentido interpretativo del autor y la armonía que ha logrado impregnar.
         Chema Madoz (Madrid, 1958), que ganó el Premio Nacional de Fotografía de España en el año 2000, ha visto reconocida su obra en varios países, entre ellos Francis y Japón. Esta selección que puede contemplarse en el Puerto de la Cruz revela la “metáfora infinita” que le atribuyó Quino Petit, en el diario El País. El autor hace gala de su poder creativo con la cámara y plasma una idea que cobra naturaleza llamativa y poderosa. “Entramos en los dominios del creador de un universo onírico donde las imágenes se transforman en poemas visuales”, escribe Petit.
         Y como generoso creador, como consciente de que no ha alcanzado el cenit y de que su imaginación brota incesante, el fotógrafo madrileño confiesa que “trabajando con los objetos, conocí el vértigo de no vislumbrar el fin. A estas alturas todavía sigo descubriendo cosas nuevas en ellos, no tengo la sensación que se trate de algo que tengo controlado”.

         Claro, el aura de los objetos.

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