miércoles, 17 de agosto de 2016

¿UN PURO O UNA MEDALLA?

Ya es octogenario Carlos Ramos Aspiroz, coronel de Infantería retirado, adscrito al Centro Superior de Información de la Defensa (CESID) en su último destino.
Viejo amigo, le conocimos en sus tiempos de capitán, en Hoya Fría, cuando tuvo a su cargo la coordinación de la revista Atlántida (después, Hespérides), la canalización de mensajes para el programa radiofónico La hora del soldado (en Radio Nacional de España) y la selección y entrenamiento de los militares deportistas, los que competían a título individual o formaban parte de algún equipo. Cosechó excelentes resultados en pruebas de rango nacional.
El capitán Ramos era muy respetado. Tenía fama de hombre recto, le identificaba su cristianismo como sentido de la vida. No transigía con sus soldados pero les defendía sin reservas cuando se terciaba.
Carlos se hizo periodista, por la Escuela de la Universidad de La Laguna, donde convivió, entre otros, con Ernesto Salcedo, Eliseo Izquierdo y Alfonso García Ramos.  En aquellos años labró su amor por la isla y por su gente. Escribió buenos textos y hasta plasmó algunos dibujos de motivos y paisajes canarios.
Ramos Aspiroz prosiguió su trayectoria militar en la península sin olvidar el universo periodístico. Trabajó en varias agencias, una de ellas, Colpisa, contribuyó a fundar. En Madrid coincidió con Enrique Rey Pitti. Juntos se fueron en cierta ocasión al País Vasco para un trabajo de investigación sobre la realidad social de Euzkadi y allí contrastaron los miedos y las consecuencias del terrorismo.
El comandante Ramos ejerció como jefe de prensa en célebre juicio de Campamento (Madrid) a los encausados en el 23-F. Fue el suyo un papel difícil pero cumplió con el sentido de la responsabilidad que siempre le ha caracterizado. Si no recordamos mal, José luis Martín Prieto le cita en su libro Técnica de un golpe de Estado.
Celoso de sus funciones, deseoso de la reconciliación definitiva de los españoles y seguidor en primera línea de la evolución de la Transición política española, coadyuvó a las mejores relaciones entre el Ejército y el poder civil. Comprendió muy bien que la subordinación militar era ya un hecho. Por eso, trabajó codo a codo cuando, con los socialistas en el Gobierno, el destino le colocó junto al ministro de Defensa, Narcís Serra, y Luis Reverter, su sempiterno y fiel colaborador.
Carlos Ramos asumió personalmente la iniciativa para que Felipe González, casi en el estreno de su cargo,  tomara la decisión de asistir a un desfile en una visita oficial a la División Acorazada de Brunete (DAC). Estima Ramos Aspiroz que aquel gesto terminó de disipar todas las dudas que aún podían quedar de la lealtad de los militares  españoles al pueblo y a sus representantes.
El asunto trascendió, tal fue así que un tiempo después, en ocasión de la Pascua Militar, cuando son presentados, Felipe González le espeta:
-Comandante Ramos, tengo entendido que es usted el inspirador de mi visita a la DAC. ¿Qué prefiere: un puro o una medalla?
-Lo que decida, presidente. Estoy encantado de haber servido-, replicó el militar.
La anécdota la cuenta Carlos Ramos con orgullo. Es un episodio inolvidable de su trayectoria que completaría en otros destinos. Ya jubilado, residenciado definitivamente en la isla, siguió vinculado al mundo de la comunicación en sistemas mecánicos de edición y distribución. No podía sentirse inactivo, por eso agotaba las horas del día comprobando que tales sistemas funcionaban a plenitud. Aún le queda tiempo para convocar una vez al mes a compañeros y amigos a que compartan el pan y la sal en mesa donde se habla del ayer y del presente, de la actualidad mediática y, en fin, de todo aquello que interesa. Ya no tiene el ABC, pero eso no le impide mantener animadas tertulias todos los mediodías en el popular Dinámico del Puerto de la Cruz.

Ya octogenario, achaques al margen, se diría que Carlos Ramos Aspiroz prosigue con las ganas de siempre, las ganas de sentirse útil.

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