¿A quién o a quiénes interesa que haya clima de violencia y pánico? ¿A quién convienen las imágenes de incendios, desórdenes, destrozos y cargas policiales? Es insólito: protestar de esa forma por medidas que, teóricamente, favorecen la salud de la población y tratar de contener la expansión de un virus mortal. Protestan así: incendiando tiendas y mobiliario urbano, saqueando, agrediendo a policías. Hemos perdido hasta la forma cívica de discrepar públicamente. Vaya futuro, en plena pandemia.
Interesa a los desestabilizadores y a quienes lo sustentan, a los guerracivilistas, a los alentadores de la fractura social, a los amantes del simplismo ‘cuanto peor, mejor’ y a quienes creen que, así las cosas, se puede derribar un gobierno. Pero se equivocan: aunque sean minoría, aunque anden ofuscados, aunque ahora lloren y se lamenten durante las detenciones y los interrogatorios, entender que las soluciones pasan por la violencia es un error mayúsculo.
¿Hay alguien detrás, hay soporte ideológico-político, o estamos ante una tendencia más de esa deriva social en la que no importan nada los valores? Pero alguien sale ganando, aunque no se refleje en un hipotético marcador. Las primeras impresiones de las autoridades convergen que en las movilizaciones contra las restricciones en varias capitales peninsulares se infiltran grupos radicales de extrema derecha y extrema izquierda, además de ultras del fútbol, como los ‘bukaneros’ (hinchas ultras del Rayo Vallecano) o los seguidores más violentos del Rácing de Santander, por poner dos ejemplos. Pero, por el momento, la policía no tiene constancia de que haya una “mano negra” que las convoque a escala nacional para aglutinar a los más violentos. La policía, en cualquier caso, tiene que saber que no hace falta ese tipo de mano: hoy, con redes sociales y con circulación intensa de mensajería móvil, en un breve lapso de tiempo, es posible ‘quedar’… y empezar. Sobre el papel, se trata, según los investigadores, de convocatorias geográficas muy puntuales, no concertadas a nivel nacional y secundadas por grupos de alborotadores profesionales que participan en ellas sin motivación política alguna y con el único ánimo de provocar incidentes.
Aún si así fuera, la violencia, el pánico, los tumultos y la inestabilidad favorecen a quienes robustecen con esos factores la ruptura de la convivencia. Discrepar así –desafiando sin más disposiciones preventivas- por medidas que en muchos casos son inevitables, dados los estragos que sigue causando el virus, nos hace pensar que la sociedad está enferma. Y eso favorece a quienes creen que esto es un desastre o que vamos hacia el desastre.
Hay que atajar este mal, impedir que la protesta brusca, violenta, provocadora genere un ambiente social que agrave el desasosiego que ya se padece por otras razones. Instituciones y agentes sociales deben hacer todo un esfuerzo práctico de apelaciones a comportamientos cívicos y sensatos. Todo lo que no sean éstos, es perjudicial, va en contra de la cordura y de la coherencia. Por eso, nos preguntamos quiénes son los interesados y los beneficiarios.
1 comentario:
Completamente de acuerdo con esas reflexiones que pocos se plantean.
¡Saludos cordiales!
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