Donald Trump, el absolutista monarca
gringo, aspiraba al premio Nobel de la Paz que terminó siendo para María Corina
Machado. Después vino el premio de consolación -feliz definición de Marcos
López (RTVE)- cuando Infantino y el propio Trump se repartían los honores en el
sorteo del Campeonato Mundial de Fútbol, una de cuyas sedes será Estados
Unidos. Ahora el inquilino de la Casa Blanca ha
ordenado la construcción de, en principio, dos navíos acorazados en un plan que
circunda las 20-25 unidades, y a los que ha bautizado con su propio
nombre: «Clase Trump». La alegoría apunta a
que, cuando alguno de ellos martirice a otros buques o posiciones en
costa, será
el puño del todopoderoso el que golpee.
Qué dirán quienes le ríen los chistes.
Como si de un regalo navideño se tratara, Trump tendrá bajo su mando una flota
de guerra con unidades que llevan su apellido. Son las contradicciones que en
el mundo de nuestros días sobresalen sin más. Papá Noel vuelve a casa, esta vez
con barcos. Mientras tanto, desde el cielo, con drones o con lo que sea,
bombardean las que dicen son narcolanchas. El negocio se tambalea mientras
nadie pregunta por el origen de sus trayectos ni por la identidad de sus
ocupantes y un reguero de imágenes impactantes se va evaporando en un metaverso
persistente e inmersivo. El norte es el que ordena, también en el Caribe.
Aquí, mucho más cerca, una biblioteca
pública sigue cerrada, a la espera de que las obras de reparación de sus
conducciones de desagüe finalicen. Cuando amigos preguntan desde la península
por la biblioteca del Puerto de la Cruz, ¿cómo es posible que lleve seis meses
cerrada?, las respuestas no son fáciles. El caso es que el dotacional sigue sin
funcionar.
Paradojas de la vida, salvando las
comparaciones: unos con cañones navegando y otros sin libros con los que
ilustrarse. Unos con tanto y otros sin lo elemental para instruirse.
Feliz Navidad.
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