Tenerife es un
inmenso atasco, como puede comprobarse a poco que se circule, a cualquier hora,
cualquier día -incluso los del fin de semana-, en las principales vías
interurbanas. Cada vez hay más coches en las mismas carreteras. Y ese es el
nudo del problema, complicado a la hora de planificar soluciones, convertidas
en materia de entretenimiento de políticos que buscan titulares mediáticos.
Pero la isla es
también un sumidero infecto como lo prueban los informes de administraciones y
organismos que son, en sí mismos, una denuncia apabullante. Vertidos
controlados y sin controlar, por paradójico que resulte, y contaminación
creciente en numerosas zonas de litoral que hacen de la sostenibilidad un
concepto fantasma. La carga sobre el territorio es cada vez mayor pero aquí
seguimos hablando de récords de afluencia turística sin reparar en lo
trascendente que esta situación para la que
no parece existir conciencia proteccionista y medio ambiental.
El Tribunal
de Justicia de la Unión Europea (UE)
acaba de dictar una sentencia contra el Reino de España a la vista del
reiterado incumplimiento de las directivas reguladoras del tratamiento de aguas
residuales urbanas en distintos territorios, especialmente en Tenerife, donde
están localizados doce puntos de vertidos críticos al mar, directos o
procesados de forma irregular o deficiente. No demos más vueltas: un desastre.
Y claro: por
muchas sanciones que se apliquen -millonarias, claro- no hay solución. Seamos
conscientes de la dimensión social y económica del problema, de sus vertientes
ecológica y sanitaria, de las perjudiciales repercusiones para la población
nativa, para los tinerfeños y para quienes nos visitan. Todos los encantos y
todos los atractivos naturales van mermando. La playa, uno de los elementos
clave del eslógan promocional, seguirá devaluándose progresivamente.
Gobierno de
Canarias, Cabildo Insular de Tenerife y ayuntamientos tienen que afrontar sin
dilación una actuación decidida. Antes de que sea tarde. Las infraestructuras,
especialmente las concernidas a los municipios turísticos o de litoral, exigen
un tratamiento adecuado y futurista. Esas sí que requieren un gran pacto
político-institucional y un compromiso eficiente que la ciudadanía palpe sin
dobleces. Para que mejore la calidad de vida. ¿Nos damos cuenta de lo que está
en juego? Es la salud pública, es el medio ambiente en general, es uno de los
principales activos de promoción, es, si nos apuran, la mismísima marca
turística de la isla, esa que ahora mismo se ve acogotada por el inmenso atasco
de la circulación rodada y por la contaminación que soporta el Atlántico que la
baña.
Es mucho.
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