El debate está abierto, de modo que hay que estar muy atentos, participar, aportar y concretar. Independientemente de que haya indicios de recuperación -muy débiles, en cualquier caso- y de las ansias de empeoramiento que algunos no pueden esconder -circula ya que un sector del empresariado, tal ocurriera con la huelga general de diciembre de 1988, empuja a círculos sindicales y núcleos de trabajadores a protagonizar un paro o una medida sonada-, independientemente de ello, decíamos, empieza a aceptarse que asistiremos, tras esta gran depresión de la primera década del siglo, al alumbramiento de un nuevo modelo de productividad económica en España y en Canarias.
La crisis económica y financiera ha afectado con dureza, desde luego. Hay sectores, como el de la construcción, que no han tocado fondo pero que dejarán de tener la relevancia alcanzada. Las consecuencias saltan a la vista: se resentirá el parque inmobiliario, habrá que cambiar la cultura -hipoteca de por vida, ayudas familiares comprometidas, endeudamiento sujeto a oscilaciones de tipos bancarios, ahorros duraderos…- de la adquisición de la vivienda propia por un régimen de alquiler, se frenará la liberalización del suelo y mitigará (teóricamente) la especulación. Con un poco de suerte, pasado un tiempo, hasta se normalizará el mercado.
Los diagnósticos son conocidos y se trata ahora de poner en marcha las alternativas. Porque las repercusiones en Canarias son evidentes: la construcción ha estado directamente vinculada al turismo, luego éste ha de plantearse cómo afrontar el futuro porque las cosas experimentarán un cambio significativo. Algún alcalde canario lo sugería abiertamente días pasados, coincidiendo con el enésimo problema en el ámbito de la educación insular consistente en medidas que afectan a la formación profesional: o somos conscientes de que estamos ante un ciclo agotado que exige el aprovechamiento de todas las enseñanzas y la superación de errores, o el porvenir se escribe con letras de máxima incertidumbre.
Y eso obliga a un esfuerzo de todos. Puede que, por fin, se hable de formación con toda propiedad. Formación concebida para nutrir el mercado laboral, supuestamente situado en las coordenadas de un modelo más diversificado y, en el caso de Canarias, menos dependiente de un monocultivo.
Un nuevo modelo implica relanzar la economía y prevenir nuevas crisis financieras. En ese objetivo, las ofertas programáticas de los gobernantes deben ser muy nítidas, máxime si van a estar sustentadas en diferencias ideológicas. Las gentes saben que los salarios reales y el poder adquisitivo se están debilitando y no parece que estén dispuestas a condescender mucho más. Debe quedar claro que relanzar la economía equivale a reformar los mercados financieros y contraatacar la recesión.
Parece que hay convergencia a la hora de señalar que ese nuevo modelo de productividad, también en las islas, debe estar basado en la innovación, en la educación y en la calidad. O sea, que hay que propiciar actividades más productivas que las que hemos tenido hasta ahora, sin olvidar, por cierto, que existen desigualdades que representan un factor de presión para muchas personas y significan un riesgo de brechas sociales. Y teniendo en cuenta, por supuesto, que no hay una receta unitaria y ‘curalotodo’.
Por eso, lo apuntado al principio: es un cambio de modelo que también supone un cambio de cultura. Hasta en los hábitos y usos sociales. Porque para innovar, hacen falta ánimo emprendedor y fundamentos generosos, una formación adecuada y unas prestaciones que favorezcan el desarrollo cualitativo de aquello que ya se tiene y que igual hasta es objeto de reciclaje.
En definitiva, un nuevo modelo de productividad económica para una nueva era en la que no tendrán cabida, según parece, las tibiezas, los paternalismos, el estilo compadre y las responsabilidades descansadas en terceros. El debate está abierto.
La crisis económica y financiera ha afectado con dureza, desde luego. Hay sectores, como el de la construcción, que no han tocado fondo pero que dejarán de tener la relevancia alcanzada. Las consecuencias saltan a la vista: se resentirá el parque inmobiliario, habrá que cambiar la cultura -hipoteca de por vida, ayudas familiares comprometidas, endeudamiento sujeto a oscilaciones de tipos bancarios, ahorros duraderos…- de la adquisición de la vivienda propia por un régimen de alquiler, se frenará la liberalización del suelo y mitigará (teóricamente) la especulación. Con un poco de suerte, pasado un tiempo, hasta se normalizará el mercado.
Los diagnósticos son conocidos y se trata ahora de poner en marcha las alternativas. Porque las repercusiones en Canarias son evidentes: la construcción ha estado directamente vinculada al turismo, luego éste ha de plantearse cómo afrontar el futuro porque las cosas experimentarán un cambio significativo. Algún alcalde canario lo sugería abiertamente días pasados, coincidiendo con el enésimo problema en el ámbito de la educación insular consistente en medidas que afectan a la formación profesional: o somos conscientes de que estamos ante un ciclo agotado que exige el aprovechamiento de todas las enseñanzas y la superación de errores, o el porvenir se escribe con letras de máxima incertidumbre.
Y eso obliga a un esfuerzo de todos. Puede que, por fin, se hable de formación con toda propiedad. Formación concebida para nutrir el mercado laboral, supuestamente situado en las coordenadas de un modelo más diversificado y, en el caso de Canarias, menos dependiente de un monocultivo.
Un nuevo modelo implica relanzar la economía y prevenir nuevas crisis financieras. En ese objetivo, las ofertas programáticas de los gobernantes deben ser muy nítidas, máxime si van a estar sustentadas en diferencias ideológicas. Las gentes saben que los salarios reales y el poder adquisitivo se están debilitando y no parece que estén dispuestas a condescender mucho más. Debe quedar claro que relanzar la economía equivale a reformar los mercados financieros y contraatacar la recesión.
Parece que hay convergencia a la hora de señalar que ese nuevo modelo de productividad, también en las islas, debe estar basado en la innovación, en la educación y en la calidad. O sea, que hay que propiciar actividades más productivas que las que hemos tenido hasta ahora, sin olvidar, por cierto, que existen desigualdades que representan un factor de presión para muchas personas y significan un riesgo de brechas sociales. Y teniendo en cuenta, por supuesto, que no hay una receta unitaria y ‘curalotodo’.
Por eso, lo apuntado al principio: es un cambio de modelo que también supone un cambio de cultura. Hasta en los hábitos y usos sociales. Porque para innovar, hacen falta ánimo emprendedor y fundamentos generosos, una formación adecuada y unas prestaciones que favorezcan el desarrollo cualitativo de aquello que ya se tiene y que igual hasta es objeto de reciclaje.
En definitiva, un nuevo modelo de productividad económica para una nueva era en la que no tendrán cabida, según parece, las tibiezas, los paternalismos, el estilo compadre y las responsabilidades descansadas en terceros. El debate está abierto.
P.S. Ha fallecido Mario Benedetti. Qué lástima. Le conocimos y le tratamos. Y hace falta un poco más de sosiego para escribir sobre su figura. Mañana, probablemente. Como anticipo, este poema suyo musicalizado y cantado por Joan Manuel Serrat. Pinchar en:
1 comentario:
No lo conocí personalmente, pero para mí él era como de la familia, ese amigo mayor que te prestaba por un rato las palabras justas para sentir las cosas de verdad. Benedetti se nos fue y se me quedó el alma encharcada. Un baldazo de agua fría de maldita realidad para mí. Pero seguro que él estará feliz, reencontrando a su amada, descansando de la enfermedad y escribiendo en cada cosa del universo, con su palabra clara y contundente y su sonrisa de buena gente. Ojalá.
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