No juegan a favor ni el tiempo ni las circunstancias y el socialismo canario tiene que sortear notables obstáculos, algunos inducidos por sí mismo.
El riesgo de enredarse en un debate público sobre estrategias y otras cuestiones más domésticas es la primera de tales barreras. Afloran diferencias personales que se van alimentando desde muy distintas aristas y terminan produciendo distanciamientos irreconciliables, cuando no insalvables abismos de incomunicación. Si hay un problema de funcionamiento de órganos, esto es, reuniones periódicas de los mismos, ya deberían estar corrigiendo quienes se han olvidado o han dado pie, con su desidia, a no activar la formación, desde sus niveles más elementales hasta la administración de la información más sensible que sustancie la toma de decisiones y oriente a la militancia en alguna dirección, la que sea, pero en alguna dirección. Eso, o aguardar titulares de prensa y vocinglería audiovisual para aumentar el desconcierto y la confusión. Para que la desmoralización, como parece que está ocurriendo, siga aumentando enteros.
Es tradicionalmente admitido en el seno del PSC-PSOE que lo menos perdonado por la ciudadanía o el electorado es presentarse ante ella como una formación fracturada, plagada de pugnas intestinas consecuencia de recelos, revanchismos, exclusiones y diferencias de ‘familias’. Como en otros colectivos numerosos, también las hay. En otros tiempos -no se dice mejores, pero sí distintos al menos a la hora de funcionar- se solventaban con un sentido de la responsabilidad, de la prudencia y de la disciplina fuera de lo común, una cualidad que era admirada por otras organizaciones políticas.
Quienes estén pensando en que se aboga por métodos de un anticuado modelo de partido, se equivocan. Nada que objetar al debate público de las ideas y baste hurgar un poco en la historia para encontrar ejemplos modélicos -incluso con coherentes renuncias individuales- de cómo el socialismo canario solventó cuestiones tan delicadas como la apertura de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria o el modelo de adhesión de la Comunidad Autónoma a la primitiva Comunidad Económica Europea.
El problema ahora es que no haya ideas o que no haya debates para fijar posiciones sobre planteamientos que son los que deben interesar a la ciudadanía. Ese vacío, ya se ha visto, hace que se incurra en desinformación y en contradicciones. Y eso es lo malo: la devaluación o el escaso aprecio a las resoluciones de congresos, el primero y más importante de los órganos de un partido político.
Más de tres lustros lleva el socialismo canario sin tocar poder autonómico. Muy resistente tiene que ser para haber superado esa carencia, pese a haber ganado elecciones. Es, sin exagerar, una suerte de milagro político en el que mucho tienen que ver alcaldes, munícipes y presidentes de cabildos que no sólo han afrontado las limitaciones venidas desde otras instancias sino que han encabezado gestiones bastante estimables que los ciudadanos han sabido reconocer, incluso con la confianza hacia las personas.
Después de las elecciones locales de hace dos años, todo parecía indicar que el socialismo canario se encaminaba a un fortalecimiento que impulsaría su acceso a nuevas cotas de responsabilidad política. Reunía muchos ingredientes necesarios para prepararse adecuadamente y sustanciar una sólida alternativa que, además de ilusionar, hacía que se recobrara credibilidad. Pero ni las crisis ni la fragilidad ni el desgaste de otras organizaciones han dimensionado la centralidad política que podía esperarse que ocupara.
Al contrario, los males que afectan a Canarias, que son muchos y que las derechas no van a resolver porque sus modelos están agotados, además de un discurso empecinado en su denuncia y en evitar la resignación, requieren de una visión pragmática, de un contenido ideológico y resolutivo aplicable en la realidad y de un comportamiento cohesionado, tanto público como orgánico, que transmita valores y confianza.
Pero el socialismo canario ha de corregir el rumbo para salvar obstáculos y no resignarse a verse derrotado. Paradójicamente, aunque vuelva a ganar.
El riesgo de enredarse en un debate público sobre estrategias y otras cuestiones más domésticas es la primera de tales barreras. Afloran diferencias personales que se van alimentando desde muy distintas aristas y terminan produciendo distanciamientos irreconciliables, cuando no insalvables abismos de incomunicación. Si hay un problema de funcionamiento de órganos, esto es, reuniones periódicas de los mismos, ya deberían estar corrigiendo quienes se han olvidado o han dado pie, con su desidia, a no activar la formación, desde sus niveles más elementales hasta la administración de la información más sensible que sustancie la toma de decisiones y oriente a la militancia en alguna dirección, la que sea, pero en alguna dirección. Eso, o aguardar titulares de prensa y vocinglería audiovisual para aumentar el desconcierto y la confusión. Para que la desmoralización, como parece que está ocurriendo, siga aumentando enteros.
Es tradicionalmente admitido en el seno del PSC-PSOE que lo menos perdonado por la ciudadanía o el electorado es presentarse ante ella como una formación fracturada, plagada de pugnas intestinas consecuencia de recelos, revanchismos, exclusiones y diferencias de ‘familias’. Como en otros colectivos numerosos, también las hay. En otros tiempos -no se dice mejores, pero sí distintos al menos a la hora de funcionar- se solventaban con un sentido de la responsabilidad, de la prudencia y de la disciplina fuera de lo común, una cualidad que era admirada por otras organizaciones políticas.
Quienes estén pensando en que se aboga por métodos de un anticuado modelo de partido, se equivocan. Nada que objetar al debate público de las ideas y baste hurgar un poco en la historia para encontrar ejemplos modélicos -incluso con coherentes renuncias individuales- de cómo el socialismo canario solventó cuestiones tan delicadas como la apertura de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria o el modelo de adhesión de la Comunidad Autónoma a la primitiva Comunidad Económica Europea.
El problema ahora es que no haya ideas o que no haya debates para fijar posiciones sobre planteamientos que son los que deben interesar a la ciudadanía. Ese vacío, ya se ha visto, hace que se incurra en desinformación y en contradicciones. Y eso es lo malo: la devaluación o el escaso aprecio a las resoluciones de congresos, el primero y más importante de los órganos de un partido político.
Más de tres lustros lleva el socialismo canario sin tocar poder autonómico. Muy resistente tiene que ser para haber superado esa carencia, pese a haber ganado elecciones. Es, sin exagerar, una suerte de milagro político en el que mucho tienen que ver alcaldes, munícipes y presidentes de cabildos que no sólo han afrontado las limitaciones venidas desde otras instancias sino que han encabezado gestiones bastante estimables que los ciudadanos han sabido reconocer, incluso con la confianza hacia las personas.
Después de las elecciones locales de hace dos años, todo parecía indicar que el socialismo canario se encaminaba a un fortalecimiento que impulsaría su acceso a nuevas cotas de responsabilidad política. Reunía muchos ingredientes necesarios para prepararse adecuadamente y sustanciar una sólida alternativa que, además de ilusionar, hacía que se recobrara credibilidad. Pero ni las crisis ni la fragilidad ni el desgaste de otras organizaciones han dimensionado la centralidad política que podía esperarse que ocupara.
Al contrario, los males que afectan a Canarias, que son muchos y que las derechas no van a resolver porque sus modelos están agotados, además de un discurso empecinado en su denuncia y en evitar la resignación, requieren de una visión pragmática, de un contenido ideológico y resolutivo aplicable en la realidad y de un comportamiento cohesionado, tanto público como orgánico, que transmita valores y confianza.
Pero el socialismo canario ha de corregir el rumbo para salvar obstáculos y no resignarse a verse derrotado. Paradójicamente, aunque vuelva a ganar.
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