Así ha sido identificado o localizado, históricamente, uno de los laterales de la plaza por antonomasia. Así ha figurado en programas de fiestas y en anuncios: costado sur de la plaza del Charco.
Era la vía urbana que daba a la trasera del bar “Dinámico”, donde estuvo durante muchos años el único servicio público en todo el centro de la ciudad, utilizado por gentes de todas las edades prácticamente durante las veinticuatro horas del día. En un lateral del perímetro de la plaza, el célebre “banco de la uve”. Enfrente, una de las casonas antiguas que era toda una manzana y que se transformó, en pleno desarrollismo, en un edificio convencional de cinco plantas, de arquitectura poco llamativa. Allí surgieron viviendas, apartamentos, una residencia turística y locales comerciales en la planta baja.
La calle era cerrada los días de actividad, a veces desde el antiguo bar “Capitán” -el tráfico era desviado por San Felipe- a veces desde la intersección con Nieves Ravelo. Unos discos indicadores y algún efectivo policial bastaban.
Fue, pues, un espacio céntrico muy utilizado. Hasta donde la memoria alcanza, uno recuerda haber visto o participado en verbenas, concursos y números de carnaval, gincana automovilística (voz inglesa original ‘gymkhana’), competiciones deportivas incluyendo de judo y karate, conferencias, cenas, exposiciones, ferias…
Ahí fue donde un grupo de portuenses representó, en los tiempos que el Carnaval no era un espectáculo, parodias de bodas y bautismos. Y hasta simularon un incendio. Se llamaban “Los únicos”. Dos generaciones de portuenses unidas por el humor y el desenfado, por el desparpajo que personas y profesionales serios debían echar para disfrazarse y simular papeles. Fernando Pérez, Julián Hernández, Domingo Acosta, Antonio Ortiz, Chano García… (perdón por las omisiones, naturalmente, totalmente involuntarias) hacían las delicias. Aún son contempladas con fruición las fotos que inmortalizaron aquellos originales y gozosos momentos. Ese sí que era el verdadero Carnaval de pueblo. Allí mismo, sobre una tarima, sin alardes decorativos, desfilaban niños y niñas cuyos padres habían elaborado con mucho esmero un disfraz. Pedro Pérez Noda y Ofelia Espinosa Córdoba controlaban la inscripción, el orden de aparición y la entrega de premios. Carlos Argüelles hizo de presentador varios años.
En el Puerto, años sesenta y setenta del pasado siglo, eran muy pocas las instalaciones deportivas. En el costado sur se sirvió un anticipo de lo que décadas después se llamaría “deporte en la calle”. Los jóvenes no desperdiciaban la oportunidad para lucir sus habilidades, como Francisco Lasso, veterano funcionario municipal, al que vimos jugando voleibol. O Antonio Izquierdo, que sorprendió al público y a su rival Alejo López, con un grito y una llave espectacular al iniciar un combate de judo, tras la que quedó lesionado.
Gilberto Hernández coordinaba las filigranas, las mañas y la destreza de quienes se ponían al volante de coches de todas las marcas. Pedro Luis, cerca de la barbería, era el rey de todos los bailes, que alguna vez eran interrumpidos para proceder a la entrega de premios y distinciones. Gerardo Mesa, a la sazón presidente del Cabildo Insular de Fuerteventura, labró su amistad con el malogrado Paco Afonso en el curso de una feria de artesanía. En ese espacio entrevistamos, ya en los ochenta, a Jordi Llopart y Josep Marín, marchadores olímpicos españoles que venían a entrenarse a Las Cañadas. Las familias León Real y González Carrillo fueron las que más entusiasmo aportaron para disfrutar de las cenas de magos con viandas y especialidades de elaboración propia. Pepín Castilla, por supuesto, se encargaba de los escenarios, algunos de ellos, por cierto, instalados de forma insólita para no interrumpir demasiado ni producir quebrantos en los comercios y establecimientos de los alrededores. Hasta la vigente Constitución española de 1978 encontró allí acomodo cuando se celebraron los primeros actos conmemorativos de su aprobación.
Las nuevas concepciones urbanísticas convirtieron el costado sur en una peatonal ensamblada con la plaza del Charco. En un breve saliente del perímetro aún bandas de música ofrecen conciertos, con el público de pie rodeando a los músicos o sentados a su mismo nivel.
Ahora que los arquitectos afinan sus cálculos y sus ideas para remodelar la plaza no estaría de más que tuvieran en cuenta la necesidad de que tan céntrico lugar dispusiera precisamente de un espacio polivalente adecuadamente acondicionado.
Aunque sigamos teniendo que localizarlo como costado sur.
Era la vía urbana que daba a la trasera del bar “Dinámico”, donde estuvo durante muchos años el único servicio público en todo el centro de la ciudad, utilizado por gentes de todas las edades prácticamente durante las veinticuatro horas del día. En un lateral del perímetro de la plaza, el célebre “banco de la uve”. Enfrente, una de las casonas antiguas que era toda una manzana y que se transformó, en pleno desarrollismo, en un edificio convencional de cinco plantas, de arquitectura poco llamativa. Allí surgieron viviendas, apartamentos, una residencia turística y locales comerciales en la planta baja.
La calle era cerrada los días de actividad, a veces desde el antiguo bar “Capitán” -el tráfico era desviado por San Felipe- a veces desde la intersección con Nieves Ravelo. Unos discos indicadores y algún efectivo policial bastaban.
Fue, pues, un espacio céntrico muy utilizado. Hasta donde la memoria alcanza, uno recuerda haber visto o participado en verbenas, concursos y números de carnaval, gincana automovilística (voz inglesa original ‘gymkhana’), competiciones deportivas incluyendo de judo y karate, conferencias, cenas, exposiciones, ferias…
Ahí fue donde un grupo de portuenses representó, en los tiempos que el Carnaval no era un espectáculo, parodias de bodas y bautismos. Y hasta simularon un incendio. Se llamaban “Los únicos”. Dos generaciones de portuenses unidas por el humor y el desenfado, por el desparpajo que personas y profesionales serios debían echar para disfrazarse y simular papeles. Fernando Pérez, Julián Hernández, Domingo Acosta, Antonio Ortiz, Chano García… (perdón por las omisiones, naturalmente, totalmente involuntarias) hacían las delicias. Aún son contempladas con fruición las fotos que inmortalizaron aquellos originales y gozosos momentos. Ese sí que era el verdadero Carnaval de pueblo. Allí mismo, sobre una tarima, sin alardes decorativos, desfilaban niños y niñas cuyos padres habían elaborado con mucho esmero un disfraz. Pedro Pérez Noda y Ofelia Espinosa Córdoba controlaban la inscripción, el orden de aparición y la entrega de premios. Carlos Argüelles hizo de presentador varios años.
En el Puerto, años sesenta y setenta del pasado siglo, eran muy pocas las instalaciones deportivas. En el costado sur se sirvió un anticipo de lo que décadas después se llamaría “deporte en la calle”. Los jóvenes no desperdiciaban la oportunidad para lucir sus habilidades, como Francisco Lasso, veterano funcionario municipal, al que vimos jugando voleibol. O Antonio Izquierdo, que sorprendió al público y a su rival Alejo López, con un grito y una llave espectacular al iniciar un combate de judo, tras la que quedó lesionado.
Gilberto Hernández coordinaba las filigranas, las mañas y la destreza de quienes se ponían al volante de coches de todas las marcas. Pedro Luis, cerca de la barbería, era el rey de todos los bailes, que alguna vez eran interrumpidos para proceder a la entrega de premios y distinciones. Gerardo Mesa, a la sazón presidente del Cabildo Insular de Fuerteventura, labró su amistad con el malogrado Paco Afonso en el curso de una feria de artesanía. En ese espacio entrevistamos, ya en los ochenta, a Jordi Llopart y Josep Marín, marchadores olímpicos españoles que venían a entrenarse a Las Cañadas. Las familias León Real y González Carrillo fueron las que más entusiasmo aportaron para disfrutar de las cenas de magos con viandas y especialidades de elaboración propia. Pepín Castilla, por supuesto, se encargaba de los escenarios, algunos de ellos, por cierto, instalados de forma insólita para no interrumpir demasiado ni producir quebrantos en los comercios y establecimientos de los alrededores. Hasta la vigente Constitución española de 1978 encontró allí acomodo cuando se celebraron los primeros actos conmemorativos de su aprobación.
Las nuevas concepciones urbanísticas convirtieron el costado sur en una peatonal ensamblada con la plaza del Charco. En un breve saliente del perímetro aún bandas de música ofrecen conciertos, con el público de pie rodeando a los músicos o sentados a su mismo nivel.
Ahora que los arquitectos afinan sus cálculos y sus ideas para remodelar la plaza no estaría de más que tuvieran en cuenta la necesidad de que tan céntrico lugar dispusiera precisamente de un espacio polivalente adecuadamente acondicionado.
Aunque sigamos teniendo que localizarlo como costado sur.
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