El informe anual del Consejo Económico y Social de Canarias (CES) está dando para mucho. Si se acepta como una fuente rigurosa para tomar el pulso a la sociedad canaria, las conclusiones a las que llega son tan significativas como inquietantes. Se supone que instituciones y agentes sociales estarán muy pendientes y tendrán en cuenta tales conclusiones, las tablas comparativas y las tendencias.
Una sociedad como la canaria, tan desvertebrada, tan polarizada, tan singular en sus comportamientos y en sus costumbres, tan contradictoria, sacudida por fenómenos muy dispares y por problemas que se van haciendo crónicos, incrédula ante su representación política; una sociedad acomodada que descansa mucha responsabilidad en terceros; que intenta salir de la crisis con más voluntarismo que con fundamentos y que sitúa el norte en la incertidumbre es muy complicada de auscultar.
Diario de Avisos publicaba ayer una de las conclusiones de ese informe del CES: uno de cada tres canarios de 16 años, o sea, el 36%, no acaba la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO).
Es la constatación de otro fracaso y es otra de las pruebas que nos deben hacer reflexionar. Esa incertidumbre apuntada se acentúa con este dato. ¿Dónde va, qué hará esa población (un 36%, que no es poco) con estudios inacabados, qué perspectivas tiene su futuro?
Y eso que estamos en la sociedad del conocimiento. Y eso que llevamos invertidos unos cuantos millones desde que la autonomía asumió la competencia. Y eso que se han planteado reformas. Y eso que se han revisado planes de estudio. Y eso que han surgido ciclos formativos. Y eso que se han hecho esfuerzos para relacionar formación con acceso al mercado laboral. Y eso que se multiplican las declaraciones de cargos, responsables, profesores y sindicalistas apelando a mejoras, a más inversiones, a modernización, a calidad de la enseñanza y un sinfín de tópicos.
Ni por esas.
Seguimos cosechando altos índices de fracaso escolar. La educación en Canarias es algo más que una asignatura pendiente. Y no es un problema exclusivo de quienes desde hace muchos años tienen la responsabilidad política de su gestión. Es un problema de todos.
Y de él hay que hablar y debatir. Con más atención, desde luego, que las fiestas, las procesiones, los desfiles, el fútbol y las divergencias municipalistas.
Los datos del CES así lo aconsejan.
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