sábado, 6 de febrero de 2010

CARNAVAL DE RESTRICCIONES

El Carnaval empieza a invadirlo todo pero, a qué negarlo, con menos intensidad o con menos reclamo que en ediciones anteriores. Y no es cuestión de que la gente se va haciendo mayor y deja las carnestolendas para “uso” exclusivo de los más jóvenes, no. Se nota la crisis, se deja sentir, principalmente entre quienes tienen a su cargo la promoción y organización de sus actos, y también entre los responsables, directores y componentes de los grupos. De los comerciantes y actividad económica que esté ligada de algún modo a la gran fiesta, mejor no hablar. Ahí la crisis, entre la realidad y lo que gusta exagerar, se acentúa sin necesidad de que la empujen.

Y eso que, sobre el papel, o en la teoría, podía esperarse lo contrario: la gente tiene ganas, tiene necesidad de una alegría. Cuando se registra un resultado deportivo de esos que llaman la atención, se va extendiendo el buen ánimo y hasta el personal sale a celebrarlo. Llámenlo como quieran: catarsis, desahogo, liberación, ansiedad de euforia, olvido momentáneo de los problemas… Una alegría p’al cuerpo, da igual. Pero, según cuentan, ni los espacios de las televisiones estimulan, de lo monótonos e insulsos que están.

Pero mandan los números y los recursos escasean, de modo que si de algo hay que prescindir o reducir, en buena lógica, son los gastos superfluos, aquello que en administración o técnica presupuestaria se llaman gastos voluntarios. Esa es una respuesta de manual e inobjetable si para todo se aplicara. Otra cosa es que su empleo venga acompañado de alguna idea, de alguna alternativa, del fruto de la imaginación alimentada, precisamente, por la escasez. Que se lo pregunten a los cubanos, por ejemplo. Si no aparece esa alternativa, entonces es que la crisis se ha contagiado sin remedio.

A ver, con esos considerandos, cómo evoluciona el Carnaval del Puerto de la Cruz, una fiesta de restricciones si, como se anuncia, se suprime un número tradicional como es la cabalgata anunciadora o el trayecto del coso merma notablemente o si también disminuye su cobertura televisiva, generalmente apropiada para la promoción. A no olvidar, por cierto, esa vertiente de espectáculo y proyección de la marca de la ciudad que desde hace décadas ha amasado el Carnaval portuense. Una vertiente que obliga a esfuerzos constantes.

Si ahora se abre un debate -pero serio y constructivo, en los foros adecuados- que sea para bien, que sea provechoso, que alumbre esas alternativas de las que hablamos. Es saludable la discrepancia política pero cuando ésta se desarrolla en ámbitos como el de una fiesta popular, habrá que convenir en que es necesario concentrar energías en la búsqueda de incentivos que propicien originalidad y la cualifiquen. Se puede criticar, claro que sí, aquello que en el ámbito público o político es merecedor de correcciones o de previsiones más afinadas. Pero lo importante, insistimos, es aportar y materializar ideas. ¿Cuántas, salvo el pregón, “¡Mascarita, ponte el tacón!” y la gala “drag”, han surgido o se han consolidado en el panorama carnavalero portuense en los últimos años?

Siempre sostuvimos –incluso antes de las tareas edilicias- que el Carnaval del Puerto de la Cruz tenía su personalidad propia y, por tanto, había que cultivarla para favorecer el desarrollo de los valores de la fiesta, por ejemplo, lograr que los jóvenes dispusieran aquí de opciones de diversión que frenaran el deseo o el afán de desplazarse a la capital.

Esa personalidad parece que va menguando, que va palideciendo. Por las razones que sea. La crisis económica la pone al borde del embotamiento de sus propias facultades. Preocupante.

Pero, como decían los carnavaleros de antes, con una sabana y un antifaz, el que se quiera divertir, lo hace.

Igual ahí estriba la solución. ¿Ven? Con un poco de imaginación…

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