Unos exaltados. Da igual cuántos. Unos inadaptados. No importa si muchos o pocos. Unos intransigentes. El número es indiferente. Unos irrespetuosos. Los que fueran, es lo mismo.
La conferencia de José María Aznar, ex presidente del Gobierno, en la Universidad de Oviedo, ha sido noticia por el comportamiento de alumnos que han boicoteado el acto sin miramientos a base de gritos, destemplanzas, chillidos, consignas, insultos y descalificaciones... Muy propio, pues, de ambiente universitario. Para que luego se quejen de lo que sucede en campos de fútbol, en reuniones vecinales, en recintos recreativos, en antros de mala nota o en ámbitos tabernarios.
Cierto que hay antecedentes: a Felipe González le ocurrió algo similar cuando el virus de la corrupción ya había inoculado en el cuerpo social del país; y a Josep Piqué, ex ministro de Aznar, que tuvo que soportar lo suyo en la Complutense a cuenta de Guantánamo y los vuelos que supuestamente partieron de suelo español.
De modo que la universidad se convierte en territorio comanche para algunos políticos, cuando debería ser lo contrario. La universidad no es dogma, vale. Si se acepta ello como premisa, no menor es la consideración de respetar la libre expresión y criticarla, si se discrepa, por los cauces de la educación y en los foros adecuados. Cuando cualquier institución universitaria invite a algún político destacado a conferenciar, éste, cuando menos, fruncirá el ceño, se lo pensará dos veces antes de aceptar.
Claro que el problema también fue otro. En otras palabras, la conferencia no fue sólo noticia por el boicot sonoro de estudiantes sino porque el ex presidente Aznar replicó con un gesto a los exaltados. Un gesto feo: el dedo índice sobresaliendo sobre el puño cerrado. Lo que en términos coloquiales se conoce por "peineta". Una reacción impropia. Una acción de la que va a tener que arrepentirse. Viéndola en fotografía, se descubre por qué sus rivales socialistas esgrimieron en las dos últimas campañas electorales lo del talante. El de Aznar, desde luego, no es positivo.
Por muy cabreado que anduviese, por muy crispado que estuviera, por mucho enojo que haya acumulado quizá por haber aceptado de forma equivocada la invitación, un ex presidente del Gobierno no puede ni debe reaccionar de esa manera. Los santones defensores ya saltaban desde ayer tarde en su defensa alegando que no todo el mundo tiene sangre de horchata, que la reacción es natural, que no es para tanto... Pero es reprobable su gesto desde todos los puntos de vista. Hay que aguantar estoicamente. Como tendrá que hacerlo ahora, cuando el paso del tiempo le haga reflexionar y eclipse la multitud -¿multitud?- de testimonios de adhesión y felicitación que también recibirá, seguro.
Aquellos tics autoritarios que le reprocharon en su segundo mandato, aquella actitud distante y arrogante, aquella antipatía que fue acrecentándose ha devenido en respuestas como la de Oviedo, tan inaceptable como el propio comportamiento de los exaltados, inadaptados, intransigentes e irrespetuosos.
El ex presidente debería saber que ese tipo de "peinetas" lo hacen los provocadores, los matones, los fanfarrones, los maleducados... El algodón de la foto no engaña. Por eso lo tienen tan difícil quienes quieran suavizar las críticas.
Ni genio ni figura.
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