Conocimos y tratamos a Luis Molowny Arbelo, recientemente fallecido, en varias ocasiones, la primera de ellas a principios de los años setenta, cuando una selección española de categorías inferiores disputó un encuentro en el estadio “Rodríguez López”.
Hizo de introductor Cristóbal González, un portuense profesional de la banca, madridista hasta el tuétano, que había recomendado a los responsables de la cantera del Real Madrid que siguieran las evoluciones de dos jóvenes centrocampistas de Puerto Cruz, Bernardo y Real, que sobresalían en el fútbol regional de entonces.
Coincidimos en el hotel “Las Caletillas”, en un encuentro que fue descubierto por dirigentes de la Federación Tinerfeña de Fútbol, algo disgustados por el afán madridista de bucear en las fábricas de futbolistas de toda España.
Allí hablamos con Molowny, que recordaba sus primeros pasos futbolísticos, entre los que cabe consignar los dados en la posguerra española en un equipo del Puerto de la Cruz, el Vera, entonces presidido por Isidoro Luz Cárpenter.
Hicimos repaso de su trayectoria, del fútbol español de entonces, del estancamiento del Madrid en Europa, de lo que representaban los jugadores extranjeros… Una larga entrevista publicada en el periódico “La Tarde”.
En las palabras de Molowny se adivinaba no sólo la sapiencia del quien había sido un jugador experimentado, mundialista, sino la modestia y la humildad de una persona sensible que correspondía a cuantas muestras de afecto recibía en cualquier lado. Esas mismas cualidades eran las que mantuvo en encuentros y entrevistas posteriores.
Siempre atento, siempre cordial, siempre discreto, con un aire de campechanía que le hacía más entrañable. Siempre predispuesto al teléfono cuando le llamamos desde Radio Popular de Tenerife o cuando coincidimos en alguna convocatoria en La Orotava, donde el abogado y ex futbolista profesional Francisco Sánchez, se convirtió en su amigo del alma.
Luis Molowny, después de sus exitosos años como jugador del Real Madrid, después de patentar las mangas, se reveló también como un técnico admirado. Le llamaban cuando las cosas iban mal y había que enderezar el rumbo. La suerte le sonrió casi siempre. Ganó títulos. Pero lo más importante: incorporó a jugadores, les confirió jerarquía. “Ustedes jueguen al fútbol que de lo demás me encargo yo”, solía decir casi como una constante de cada táctica.
En un almuerzo informal con los Sánchez y otros amigos, en una finca villera, confesó que los días de partido se tomaba “una pastillita” con la que combatía los nervios desde el banquillo. “Aunque yo soy de los que se asoma poco. Es que abajo hay momentos que se pasa fatal”, explicó.
Nadie habló mal de Molowny, lo que dice mucho a favor de su personalidad. Respetado, admirado, evocado…
La última vez que hablamos, en Las Palmas de Gran Canaria, vísperas del amistoso España-Venezuela disputado en el estadio de Gran Canaria. Un almuerzo al que asistieron jugadores canarios que habían sido internacionales. Posaron juntos, la foto debe estar por ahí. Ahí le dijimos que el Vera, aquel equipo de sus años mozos antes de dar el gran salto, tenía un campo nuevo y sus dirigentes aspiraban a metas altas.
Se sorprendió un poco con la información y sentenció: “Es que el balón da muchas vueltas”.
Descanse en paz.
Hizo de introductor Cristóbal González, un portuense profesional de la banca, madridista hasta el tuétano, que había recomendado a los responsables de la cantera del Real Madrid que siguieran las evoluciones de dos jóvenes centrocampistas de Puerto Cruz, Bernardo y Real, que sobresalían en el fútbol regional de entonces.
Coincidimos en el hotel “Las Caletillas”, en un encuentro que fue descubierto por dirigentes de la Federación Tinerfeña de Fútbol, algo disgustados por el afán madridista de bucear en las fábricas de futbolistas de toda España.
Allí hablamos con Molowny, que recordaba sus primeros pasos futbolísticos, entre los que cabe consignar los dados en la posguerra española en un equipo del Puerto de la Cruz, el Vera, entonces presidido por Isidoro Luz Cárpenter.
Hicimos repaso de su trayectoria, del fútbol español de entonces, del estancamiento del Madrid en Europa, de lo que representaban los jugadores extranjeros… Una larga entrevista publicada en el periódico “La Tarde”.
En las palabras de Molowny se adivinaba no sólo la sapiencia del quien había sido un jugador experimentado, mundialista, sino la modestia y la humildad de una persona sensible que correspondía a cuantas muestras de afecto recibía en cualquier lado. Esas mismas cualidades eran las que mantuvo en encuentros y entrevistas posteriores.
Siempre atento, siempre cordial, siempre discreto, con un aire de campechanía que le hacía más entrañable. Siempre predispuesto al teléfono cuando le llamamos desde Radio Popular de Tenerife o cuando coincidimos en alguna convocatoria en La Orotava, donde el abogado y ex futbolista profesional Francisco Sánchez, se convirtió en su amigo del alma.
Luis Molowny, después de sus exitosos años como jugador del Real Madrid, después de patentar las mangas, se reveló también como un técnico admirado. Le llamaban cuando las cosas iban mal y había que enderezar el rumbo. La suerte le sonrió casi siempre. Ganó títulos. Pero lo más importante: incorporó a jugadores, les confirió jerarquía. “Ustedes jueguen al fútbol que de lo demás me encargo yo”, solía decir casi como una constante de cada táctica.
En un almuerzo informal con los Sánchez y otros amigos, en una finca villera, confesó que los días de partido se tomaba “una pastillita” con la que combatía los nervios desde el banquillo. “Aunque yo soy de los que se asoma poco. Es que abajo hay momentos que se pasa fatal”, explicó.
Nadie habló mal de Molowny, lo que dice mucho a favor de su personalidad. Respetado, admirado, evocado…
La última vez que hablamos, en Las Palmas de Gran Canaria, vísperas del amistoso España-Venezuela disputado en el estadio de Gran Canaria. Un almuerzo al que asistieron jugadores canarios que habían sido internacionales. Posaron juntos, la foto debe estar por ahí. Ahí le dijimos que el Vera, aquel equipo de sus años mozos antes de dar el gran salto, tenía un campo nuevo y sus dirigentes aspiraban a metas altas.
Se sorprendió un poco con la información y sentenció: “Es que el balón da muchas vueltas”.
Descanse en paz.
1 comentario:
Ansiaba el texto sobre Molowny, sabía que no faltaría.
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