Siendo gobernador civil Antonio Martinón Cejas, analizamos conjuntamente los resultados provinciales y canarios del referéndum para ingresar en la Alianza Atlántica (marzo de 1986). Con las estadísticas en la mano, saltaba a la vista el elevado número de votos nulos. Y recordarán que sólo se trataba de responder a una pregunta. Meses después, en junio de ese mismo año, en ocasión de las elecciones legislativas, repetimos el mismo ejercicio, advirtiendo de nuevo una cantidad considerable de votos nulos en el cómputo del Senado. Con estos registros, convinimos, las listas abiertas quedan muy pero que muy lejos.
La evolución ha sido preocupante. En los comicios de 2004 en España, los votos nulos al Senado triplicaron los del Congreso. Y en 2008, los votos nulos de la Cámara Alta sumaron 597.299 sufragios y los del Congreso, 165.576, o sea, casi lo multiplican por cuatro.
Los representantes de los partidos políticos se dieron cuenta de que algo había que hacer, de que era necesario operar alguna medida correctora que contribuya a perfeccionar tanto la fórmula de votación como el propio sistema democrático. Con esos registros, es claro que una buena parte del cuerpo electoral no ha madurado.
Algo se ha avanzado -ya veremos los resultados en las próximas elecciones legislativas- con la terminación de los trabajos de la Comisión Constitucional del Senado cuyo consensuado dictamen será sometido al pleno de este mes y luego elevado al Congreso ya que se incluye una modificación de la Ley Electoral General.
(Ya podrían sus señorías, por cierto, difundir con detalle en su circunscripción el alcance y el contenido de la revisión procesada y así, de paso, recordar al personal que existen, que no están ociosos y que la institución bien merece más atenciones que dependerán, es evidente, de la voluntad política que sus responsables y componentes quieran imprimir).
Si el Congreso pues ratifica lo acordado en esa Comisión Constitucional, tendremos una papeleta sepia reducida en un tercio el tamaño hasta ahora manejado -en algunas demarcaciones no cabía en el sobre- además de que se mejora el diseño y el orden de los candidatos. Otra novedad consiste en que el orden de las formaciones políticas vendrá determinado por el resultado de las últimas elecciones. Y como detalle importante: los candidatos no aparecerán por orden alfabético sino que cada organización política les colocará según crean conveniente. Por cierto, los candidatos suplentes (que serán dos) desaparecen de la papeleta y sólo quedará constancia de su condición en el número correspondiente del Boletín Oficial del Estado.
Se trata, en fin, de borrar esa mancha que acompañaba en cada resultado electoral de legislativas. Por eso, la medida -complementada con explicaciones en la parte superior de la propia papeleta sobre cómo proceder correctamente antes de depositar en la urna- entraña la importancia que significa facilitar a los ciudadanos su derecho al voto.
En efecto, formalidades incluidas, todo lo que sea favorecer la participación redundará en beneficio de la propia democracia, amenazada por el virus del absentismo consiguiente a tantos factores. De ello deben ser conscientes los propios partidos políticos cuyo papel está reconocido constitucionalmente. A ver cuántos de ellos, en sus respectivos niveles de dirección, ponen en marcha iniciativas de comunicación que produzcan en la población los efectos deseados, en este caso, reducir los votos nulos.
Igual se dan cuenta ahora de que entre ellos puede perderse un escaño.
La evolución ha sido preocupante. En los comicios de 2004 en España, los votos nulos al Senado triplicaron los del Congreso. Y en 2008, los votos nulos de la Cámara Alta sumaron 597.299 sufragios y los del Congreso, 165.576, o sea, casi lo multiplican por cuatro.
Los representantes de los partidos políticos se dieron cuenta de que algo había que hacer, de que era necesario operar alguna medida correctora que contribuya a perfeccionar tanto la fórmula de votación como el propio sistema democrático. Con esos registros, es claro que una buena parte del cuerpo electoral no ha madurado.
Algo se ha avanzado -ya veremos los resultados en las próximas elecciones legislativas- con la terminación de los trabajos de la Comisión Constitucional del Senado cuyo consensuado dictamen será sometido al pleno de este mes y luego elevado al Congreso ya que se incluye una modificación de la Ley Electoral General.
(Ya podrían sus señorías, por cierto, difundir con detalle en su circunscripción el alcance y el contenido de la revisión procesada y así, de paso, recordar al personal que existen, que no están ociosos y que la institución bien merece más atenciones que dependerán, es evidente, de la voluntad política que sus responsables y componentes quieran imprimir).
Si el Congreso pues ratifica lo acordado en esa Comisión Constitucional, tendremos una papeleta sepia reducida en un tercio el tamaño hasta ahora manejado -en algunas demarcaciones no cabía en el sobre- además de que se mejora el diseño y el orden de los candidatos. Otra novedad consiste en que el orden de las formaciones políticas vendrá determinado por el resultado de las últimas elecciones. Y como detalle importante: los candidatos no aparecerán por orden alfabético sino que cada organización política les colocará según crean conveniente. Por cierto, los candidatos suplentes (que serán dos) desaparecen de la papeleta y sólo quedará constancia de su condición en el número correspondiente del Boletín Oficial del Estado.
Se trata, en fin, de borrar esa mancha que acompañaba en cada resultado electoral de legislativas. Por eso, la medida -complementada con explicaciones en la parte superior de la propia papeleta sobre cómo proceder correctamente antes de depositar en la urna- entraña la importancia que significa facilitar a los ciudadanos su derecho al voto.
En efecto, formalidades incluidas, todo lo que sea favorecer la participación redundará en beneficio de la propia democracia, amenazada por el virus del absentismo consiguiente a tantos factores. De ello deben ser conscientes los propios partidos políticos cuyo papel está reconocido constitucionalmente. A ver cuántos de ellos, en sus respectivos niveles de dirección, ponen en marcha iniciativas de comunicación que produzcan en la población los efectos deseados, en este caso, reducir los votos nulos.
Igual se dan cuenta ahora de que entre ellos puede perderse un escaño.
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