jueves, 25 de febrero de 2010

DOS "ANIMALES TELEVISIVOS"

Sus recientes actuaciones nos refrescaron la figura del animador, que así se llamaba en Venezuela a quienes podía considerarse algo más que presentadores. No eran ni los bustos parlantes ni los locutores acartonados o encastillados, incapaces de saltarse el guión memorizado o los rótulos gigantes que leían enfrente de la cámara.
Eran lo que podríamos llamar "animales televisivos", o sea, quienes apuntaban a la yugular de la cámara hasta doblegarla, quienes supeditaban su manejo y enfoques a los movimientos propios, tal era el dominio de la escena, mejor dicho, del plató.
El desenfado, la desenvoltura, la seguridad, la espontaneidad, la corrección inmediata, la improvisación, el rigor... que todas esas cualidades habría de reunir el animador. Renny Ottolina fue el gran maestro en la Venezuela de los sesenta, hasta que un accidente aéreo, cuando incursionaba en la aventura presidencial, acabó con su vida. Raúl Matas, el chileno, fue otro "monstruo" de la pequeña pantalla, aún en blanco y negro. Al mejicano Raúl Velasco, le apodaron "el catedrático" por su desempeño en programas y festivales que encumbró personalmente.
Salvando las distancias, hace pocas fechas hemos seguido dos actuaciones sobresalientes de presentadores españoles, uno de ellos ya jubilado, Paco Montes de Oca, el hombre que confundió "pantalón" por "pantalán" en un telediario de la televisión franquista. La pantalla canaria se le quedó corta, de modo que se fue a Madrid donde -¡quién lo iba a decir!- se especializó en información meteorológica y desde allí ilustró, con nuestro acento y con soberano desparpajo, isobaras e isotermas, casi siempre con ganas de decir "solamente Canarias conserva el clima primaveral".
Pero no: en la informalidad y en el desenfado, esa información requería seriedad para transmitir credibilidad. Paco Montes de Oca ganó el pulso, con su corbata medio o mal anudada, la misma que lució la noche en que leyó el pregón del Carnaval 2010 de Las Palmas de Gran Canaria. No fue un pregón al uso, al contrario, introdujo todos los elementos necesarios para polarizar la atención entre 'gags' y remembranzas personales y profesionales. Allí estaba el pregonero que cautivó, que fingió una voz aguardentosa y que hizo de la primera parte de su intervención una pieza primorosa de creatividad y de realismo adaptado. Fue el suyo, desde luego, un pregón memorable. El mejor posible en el contexto televisivo al que dedicaron las carnestolendas de este año.
No menos brillante Andreu Buenafuente en la presentación de la gala de los premios "Goya" que seguimos por televisión. Esa noche se doctoró el monologuista en un actor de primera que hizo los honores a la significación del acto. Cualquiera de los directores presentes en la sala se hubiera sentido más que satisfecho con el papel asignado. Buenafuente es ocurrente, procaz, vivaracho... Una mordacidad admisible la suya. Demostró que no es un humorista cualquiera, que mantiene la intensidad, que exprime las situaciones, que no se alarga y que interpreta espléndidamente lo que le echen. Su número final, cuando es tiroteado, no sólo está impregnado de realismo sino que es sinónimo de una comicidad singular.
Lo dicho: dos "animales televisivos", dos animadores de postín que atesoran una profesionalidad relevante, dignos de ser incluidos en el elenco de los mejores "showman". La admiración, desde luego, se la ganan a pulso.

1 comentario:

Julia Letrán dijo...

Saludos amigo, te deseo paz y bien.