viernes, 5 de febrero de 2010

EL ADIOS DE UN ALCALDE

Debió ser a mediados de los años setenta del pasado siglo la primera vez que fuimos a Arafo, en el sur de la isla. Fue en ocasión de unas fiestas de la localidad, de la mano de Celestino Padrón y Miguel Fernández, entonces concejales del ayuntamiento del Puerto de la Cruz. Ya oficiaba uno de presentador de galas y festivales y hasta allí nos llevaron para introducir en un escenario al aire libre, entre otros, a Angel Isidro Guimerá joven abogado que hacía de pregonero.
Era un domingo por la tarde: la fiesta era larga. Primero, romería. Después una velada lírico-literaria, que así se denominaban entonces los híbridos festivos en los pueblos, música y palabra en diversas acepciones. Arafo tenía ya la fama de una tradición musical muy arraigada, plasmada por ejemplo en dos bandas que competían sanamente y que se nutrían de componentes venidos de otras localidades.
Allí conocimos a Domingo Calzadilla, alcalde del municipio. Iba de mago, retornando de la romería y cantando sus excelencias en su domicilio junto a otros ediles mientras se cambiaba de atuendo. Coincidimos luego en distintos foros, periodísticos y políticos. En los segundos, incluso, intercambiamos puntos de vista sobre la federación de municipios canarios y la financiación local. Hasta en alguna edición de FITUR, donde el ayuntamiento arafero acudía, con toda modestia, para promocionar sus activos y abrirse al mercado.
El caso es que Domingo Calzadilla se marcha, al cabo de treinta y seis años de alcalde ejerciente. Lo fue en el régimen preconstitucional y luego fue acumulando victorias electorales que, con mayoría de ediles, le mantuvieron en la alcaldía. Seguro que no faltarán reproches de un cierto egocentrismo ("Arafo y yo", creo recordar que era el título de un libro que servía de balance de actuación) y hasta de excesos de unipersonalismo en la gestión de su cargo. Pero el reparo principal a su carrera política es el transfuguismo: fue de los que en su momento cambió las formaciones políticas de la derecha por el insularismo que necesitaba de sustrato ideológico para dar algo de consistencia y tratar de hacer crecer un proyecto político de ámbito regional.
Ahí fue donde Calzadilla, que también ha sido consejero del Cabildo Insular en un par de mandatos, optó definitivamente por los populares conservadores. Y con éstos ha llegado al final de su trayectoria política, anunciado por el mismo. Afirma mantener la ilusión del primer día y muchas ideas para el desarrollo de su municipio pero casi cuatro décadas después de haber accedido a la alcaldía decide poner punto final.
Respetable decisión, sobre todo si es adoptada por él mismo, sin presiones, sin empujones, sin zancadillas que, en el seno de las organizaciones políticas y en pueblos pequeños, son tan dañinas. Domingo se ha dado cuenta de que ha llegado la hora del adiós. Lo entona en un momento adecuado, a año y medio vista de los próximos comicios, es decir, tiempo suficiente para que su partido prepare la sucesión.
En cualquier caso, treinta y seis años de alcalde de una localidad es algo muy meritorio. Encarna Calzadilla la figura de aquellos alcaldes franceses elegidos tras la Segunda Guerra Mundial y que se mantuvieron décadas en sus despachos, ganando incluso en la primera vuelta, porque se les veía dotados de un carisma palpable entre la población.
Nadie le podrá negar cercanía e identificación con las cosas de su pueblo, de su Arafo del alma, allí donde la música y el vino siguen siendo un reclamo.
Suerte, Domingo. Y disfruta.

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