La tragedia de Haití -esa sí que es una tragedia- va dejando unas secuelas terribles. Como si no hubieran bastado los horrores producidos por la Naturaleza, llega la mano del hombre para terminar de sacudir las entrañas de la catástrofe. Apenas dejó pasar unos días, a que terminaran de rescatar cadáveres y enterrarlos, para cebarse con los damnificados y el dolor.
Difícil creer que la crueldad llegara tan lejos. Pero así como en cualquier guerra están los señores de la misma, aquéllos que, bien pertrechados y a salvo de bombas, se lucran vendiendo armas o traficando alimentos, en el desastre de Haití están quienes, sin rubor alguno, sin escrúpulos, intentan aprovecharse de las circunstancias.
Porque no de otra forma cabe hablar de quienes han querido llevarse a niños abandonados, a infelices víctimas que acaso ya lo eran antes de los terremotos, para adoptarlos o vaya usted a saber qué. Terrible. Niños que no saben lo que es una sonrisa, que han sobrevivido milagrosamente y que ahora se convierten en fáciles objetos de vida arrebatada. Ojalá que la intervención extrema de un ministro del también maltrecho gobierno haitiano haya impedido que se materializara uno de los episodios más crueles de la tragedia.
Pero también mueve a la indignación lo ocurrido con los bancos. El terremoto produjo una notable corriente de solidaridad en forma de donaciones de ciudadanos a distintas organizaciones vía transferencia bancaria. Según varios testimonios de denuncia, las entidades bancarias, lejos de renunciar a las comisiones que cobran por este tipo de transacciones han seguido cobrándolas a los donantes que han obrado de forma humanitaria y en la medida de sus posibilidades para paliar los efectos de la tragedia. Cuando han trascendido las denuncias -de nuevo, Internet el mejor medio de comunicación-, algunos bancos y cajas se han apresurado a decir que devolverán las comisiones pero sólo a quienes reclamen. Vivir para ver.
He ahí la auténtica medida del capitalismo. He ahí su lado “humano”. De modo que el mundo entero reconoce que los bancos y las entidades financieras han sido los grandes causantes de la crisis que se agrava y de la que no terminan de salir los países que se lo han propuesto como objetivo primordial, y encima, en un hecho como el de Haití, que genera una respuesta casi universal de ayuda, van aplicando y contabilizando los márgenes de ganancias por una operación que se zanja en dos o tres ¡click! Vivir para ver.
¿Cómo calificar la acción? Difícil, ¿verdad? Hasta el cuello blanco parece quedarse corto cuando se palpa tanta inhumanidad, tanta falta de escrúpulos. Venga: unos, a traficar con niños indefensos y abandonados a su suerte. Otros, a cobrar y a cobrar, que es lo suyo, que muchos pocos hacen un mucho.
La tragedia de Haití, sencillamente, ha vuelto a poner al desnudo las miserias de una parte de la sociedad a la que parece encantar vivir entre desolación y carencias, a la que gusta romper todos los esquemas -incluidos los más elementales- con tal de explotar y aprovecharse.
Luego se molestan porque la gente proteste y diga ¡ya está bien!
Difícil creer que la crueldad llegara tan lejos. Pero así como en cualquier guerra están los señores de la misma, aquéllos que, bien pertrechados y a salvo de bombas, se lucran vendiendo armas o traficando alimentos, en el desastre de Haití están quienes, sin rubor alguno, sin escrúpulos, intentan aprovecharse de las circunstancias.
Porque no de otra forma cabe hablar de quienes han querido llevarse a niños abandonados, a infelices víctimas que acaso ya lo eran antes de los terremotos, para adoptarlos o vaya usted a saber qué. Terrible. Niños que no saben lo que es una sonrisa, que han sobrevivido milagrosamente y que ahora se convierten en fáciles objetos de vida arrebatada. Ojalá que la intervención extrema de un ministro del también maltrecho gobierno haitiano haya impedido que se materializara uno de los episodios más crueles de la tragedia.
Pero también mueve a la indignación lo ocurrido con los bancos. El terremoto produjo una notable corriente de solidaridad en forma de donaciones de ciudadanos a distintas organizaciones vía transferencia bancaria. Según varios testimonios de denuncia, las entidades bancarias, lejos de renunciar a las comisiones que cobran por este tipo de transacciones han seguido cobrándolas a los donantes que han obrado de forma humanitaria y en la medida de sus posibilidades para paliar los efectos de la tragedia. Cuando han trascendido las denuncias -de nuevo, Internet el mejor medio de comunicación-, algunos bancos y cajas se han apresurado a decir que devolverán las comisiones pero sólo a quienes reclamen. Vivir para ver.
He ahí la auténtica medida del capitalismo. He ahí su lado “humano”. De modo que el mundo entero reconoce que los bancos y las entidades financieras han sido los grandes causantes de la crisis que se agrava y de la que no terminan de salir los países que se lo han propuesto como objetivo primordial, y encima, en un hecho como el de Haití, que genera una respuesta casi universal de ayuda, van aplicando y contabilizando los márgenes de ganancias por una operación que se zanja en dos o tres ¡click! Vivir para ver.
¿Cómo calificar la acción? Difícil, ¿verdad? Hasta el cuello blanco parece quedarse corto cuando se palpa tanta inhumanidad, tanta falta de escrúpulos. Venga: unos, a traficar con niños indefensos y abandonados a su suerte. Otros, a cobrar y a cobrar, que es lo suyo, que muchos pocos hacen un mucho.
La tragedia de Haití, sencillamente, ha vuelto a poner al desnudo las miserias de una parte de la sociedad a la que parece encantar vivir entre desolación y carencias, a la que gusta romper todos los esquemas -incluidos los más elementales- con tal de explotar y aprovecharse.
Luego se molestan porque la gente proteste y diga ¡ya está bien!
No hay comentarios:
Publicar un comentario