Se suceden los temporales en las islas. Quienes se reían del cambio climático, están comprobando las consecuencias. Dirán que, históricamente, siempre hubo alguna adversidad meteorológica que causó grande estragos, además. Pero no es menos cierto que esos más insensibles o más descuidados empiezan a convivir con los riesgos de sobresaltos y con la realidad de trastornos y quebrantos derivada de la intensidad de los temporales.
En este sentido, al margen del funcionamiento de los sistemas de prevención, de la evaluación de daños y de medidas aptas para salir del trance y reponer la normalidad, conviene plantear ya, a la vista de algunos desconciertos que reflejan determinados comportamientos de la población, la necesidad de enseñar y practicar respuestas apropiadas para cuando se registren situaciones climáticas de este tipo.
Es decir, se ha visto cómo en algunos centros de trabajo se daba por terminada la jornada o cómo en los colegios e institutos no se sabe muy bien cómo ejecutar alguna disposición preventiva de daños o cómo se recomienda no utilizar el vehículo para desplazamientos por zonas arriesgadas o cómo las personas se sitúan al borde un barranco para comprobar el espectáculo de la escorrentía.
Pues bien: hay que decir a las personas, mediante la previa y exigible coordinación de quienes tienen competencias en todo el asunto, cómo deben comportarse. Pero no en el último momento, no cuando el fenómeno meteorológico adverso ya ha hecho su aparición o sorprende de facto a conductores y personas que se encontraban en sus ocupaciones habituales.
Hay que hacerlo a base de enseñanzas, de programas operativos convenientemente explicados. ¿En dónde? Pues en las organizaciones sociales, en entidades cívicas capaces de agrupar a núcleos de población, tal como se hace en otros países donde la prevención es esencial para eliminar riesgos.
Ahí están las asociaciones de vecinos, los clubes culturales, deportivos o recreativos en donde llevar a la práctica una tarea productiva que permita a ciudadanos de cualquier edad desenvolverse con un mínimo de seguridad y de sentido común al verse amenazada su integridad física.
Puede que al principio cueste. Ya se conoce lo reacio que es el canario, en general, a todo lo que signifique participar en actividades constructivas y que le resultan desconocidas. Pero hay un deber moral de autoridades y de agentes sociales de sensibilizar a la población de que es necesario tener unas pautas elementales para adoptar todas las cautelas o salir del trance. Se han visto las consecuencias: carreteras cortadas, núcleos aislados, accesibilidad quebrantada, incomunicación física, desprendimientos y corrimientos de tierras, cortes de fluido eléctrico...
Viento, lluvia, olas... Los agentes naturales, cuando se desata su furia, entrañan peligro y hay que estar preparados para los daños sean los menores posibles.
La protección civil es un concepto básico en países castigados cíclicamente por las inclemencias del tiempo. Canarias está ya en esa zona de influencia de las consecuencias del cambio climático y por lo tanto estamos obligados a prevenir en todos los sentidos. No basta, pues, con que funcionen los dispositivos tecnológicos sino que las indicaciones de éstos vengan acompañadas de indicaciones -previamente entrenadas, siquiera de forma mínima- que permitan a los ciudadanos saber qué hacer.
Esta es otra enseñanza de los temporales, además de los archiconocidos debates sobre la construcción en los cauces de los barrancos, la indefensión de los litorales, las pugnas políticas sobre las competencias para eludir responsabilidades, las dudas sobre los seguros privados, las tardanzas en las evaluaciones y el cobro de indemnizaciones. No están mal esos debates siempre que aporten acuerdos y soluciones que sirvan de base para cuando se reediten las situaciones. Pero tras las palabras, supuestamentes plasmadas en protocolos de actuación, deben venir las medidas: para que nadie se sonría o adopte una actitud indiferente o indolente, para que nadie crea que eso no va con él, para descansar la responsabilidad en terceros, para buscar culpas en quienes no las tienen... En definitiva, para saber cómo actuar, como autoprotegerse y hasta cómo ayudar a los demás.
¿No dicen que las asociaciones vecinales están ociosas o no saben qué hacer o ya están cerradas por inacción? Pues venga, ya saben por dónde empezar y por dónde explicar lo que es un plan de emergencias, un protocolo de actuación y los recursos al alcance para evitar males mayores.
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