jueves, 11 de marzo de 2010

LECCIÓN DE DEMOCRACIA Y CABALLEROSIDAD

Se ha ido despacio, como llegó, como si quisiera emular a su Serrat del alma. Se ha ido como un demócrata y como un caballero, acreditando que, por encima de él, estaba la asociación que contribuyó a fundar y que presidió durante más de dos décadas. Se ha marchado evidenciando que le importaba más la unidad de los futbolistas profesionales que su permanencia al frente del gremio.

Es probable que algún lector aprecie sesgo o tendenciosidad en este texto: habla de un paisano, de un amigo y de un compañero de juegos y de estudios. Mas no podrán los factores emocionales anular los valores y el papel de Gerardo González Movilla, ex presidente de la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE).

Movilla se presentaba a la reelección, aspiraba a la continuidad basándose en la experiencia y en un respaldo presumiblemente mayoritario. Se comprometió hasta el punto de ofertarle a Luis Rubiales, su sucesor, un acompañamiento en la renovada dirección del sindicato; y de anunciar su dimisión irrevocable el próximo mes de mayo si para entonces no hubiera alcanzado los objetivos que se había propuesto de liquidar cuentas con la Federación y atender los apremios económicos de los jugadores de Segunda “B” y Tercera que peor lo están pasando allí donde la crisis también golpea al fútbol de menor rango.

Todo eso lo planteó Movilla de forma transparente, su código personal desde que jugaba en infantiles, en El Peñón, al lado de la marea. El ejercicio del cargo, contrastado además en foros internacionales, robusteció su condición de cabeza visible de los profesionales del balón. Desde chico tuvo dotes para la persuasión, que exhibía sin reservas en cada mesa de negociación.

Habló y transó con presidentes y directivos. Con ejecutivos y con ministros. Se codeó con las grandes figuras y se ganó el respeto de todos. Siempre tuvo talante para saber escuchar y para saber aportar la alternativa. Y si había que bajar al área, también lo hacía, esto es, a los vestuarios donde había deportistas encerrados a la espera de cobrar nóminas o a las sedes de los modestos donde las crisis se prolongaban. En esa área, Movilla despejaba, sin aspavientos, siempre de forma constructiva procurando una solución. Y cuando hubo de ser expeditivo, lo hizo: haciendo uso de normativas y de cláusulas de contrato, advirtiendo de buenas maneras que los pactos están para ser cumplidos y los plazos debían ser respetados.

Toda esa experiencia, ganada a pulso, le granjeó el respeto y una alta consideración por parte de la clase dirigente. Movilla acreditó en las canchas su condición de goleador, su profesionalidad, y en los despachos lidió con solvencia las complicadas situaciones a las que hubo de hacer frente.

Para la historia queda la defensa que asumió de la libertad de movimientos de futbolistas europeos entre países miembros de la Unión Europea (UE) sin que ello significara ocupar plaza de extranjero, el célebre caso del jugador belga Jean Marc Bosman, resuelto con una sentencia del Tribunal de Justicia que revolucionó el mercado.

No menos importante, por cierto, fue la aplicación del Real Decreto 1006/1985 que regula la relación laboral de deportistas profesionales, otra disposición legal que habría de resultar decisiva para su estabilidad.

Con un bagaje pues muy sustancioso y muy significativo, González Movilla pone punto final a su prolongada presidencia, todo menos ineficaz y anodina. Antepuso los intereses generales y la unidad del colectivo de jugadores a su vanidad (que nunca le conocimos) y a cualquier planteamiento personal. Ha dado una lección de cómo se debe terminar en un cargo cuando, después de haberlo ejercido y habiendo apreciado que no se disponía de la confianza necesaria para seguir, prefirió marcharse.

Despacio, como llegó. Con humildad y sin estridencias. Una lección de democracia y de caballerosidad para culminar una obra relevante de dedicación y conquistas sociales.

El fútbol profesional español le estará agradecido. Seguro. ¡Enhorabuena, “Movi”!

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